El graderĆo se iba llenando de espectadores, aros concĆ©ntricos de cuerpos expectantes en torno a un entarimado donde ya esperaban los Ćŗltimos autores de la temporada. Eran veintinueve en total, todos vestidos con una amplia capa que distorsionaba su fĆsico, la cabeza cubierta por una capucha y el rostro oculto tras una mĆ”scara veneciana, inidentificables unos de otros. Se hallaban en pie formando un cĆrculo en torno a un reloj de arena, verdadero centro del espacio y de la atención de los presentes, instrumento de mecĆ”nica imparcial que desgranaba los segundos libre de pasiones y urgencias, ajeno a la ansiedad de cuantos le rodeaban. Ni los taƱidos de las campanas anunciando la llegada del nuevo aƱo provocarĆan entre los presentes tanta expectación como lo hacĆa aquel pequeƱo objeto de vidrio y madera. Con el Ćŗltimo grano cayó un manto de silencio sobre el recinto, espeso como la tinta. A travĆ©s de la Ćŗnica puerta de acceso hizo su entrada el maestro de ceremonias, portando la pluma ...
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