GALA DE PREMIOS 47ª Ed. Autor Anónimo

El graderío se iba llenando de espectadores, aros concéntricos de cuerpos expectantes en torno a un entarimado donde ya esperaban los últimos autores de la temporada. Eran veintinueve en total, todos vestidos con una amplia capa que distorsionaba su físico, la cabeza cubierta por una capucha y el rostro oculto tras una máscara veneciana, inidentificables unos de otros. Se hallaban en pie formando un círculo en torno a un reloj de arena, verdadero centro del espacio y de la atención de los presentes, instrumento de mecánica imparcial que desgranaba los segundos libre de pasiones y urgencias, ajeno a la ansiedad de cuantos le rodeaban. Ni los tañidos de las campanas anunciando la llegada del nuevo año provocarían entre los presentes tanta expectación como lo hacía aquel pequeño objeto de vidrio y madera. Con el último grano cayó un manto de silencio sobre el recinto, espeso como la tinta. A través de la única puerta de acceso hizo su entrada el maestro de ceremonias, portando la pluma ...

Anónima, de Anónimo 23



Me levanto muy temprano cada día, el sol es mi compañía desde sus primeros rayos rojizos. Limpio la casa, porque la noche es enemiga del orden y la quietud en esta casa. Junto la ropa que quedó desperdigada por aquí y por allá. Tiro las botellas de vino y cerveza que encuentro a mi paso. Se hacen las siete de la mañana y yo tomo un baño, me relajo para comenzar la verdadera acción. Mis tareas continúan sin pausa durante todo el día. Preparo desayunos, lavo platos, lustro muebles, aspiro polvo, limpio vidrios y ventanas, atiendo llamadas, recibo gente que viene a dejar compras por Internet, vuelvo a cocinar, pongo la mesa, levanto la mesa, lavo más platos, lavo ropa, la tiendo en la soga, luego la plancho y acomodo en su lugar, coso las medias rotas, los botones caídos, las rasgaduras de camisas y pulóveres, lustro zapatos, repaso los pisos cuando entran con pisadas de la calle, limpio baños, quito sarro de las ollas, y así mi día se va agotando con la preparación de la cena y el lavado de los últimos trastos.

Algunas veces me dicen “Piba, olvidaste traerme el jugo de naranja”. Eso pasa muy pocas veces. La mayoría, soy como un fantasma en la casa, un fantasma al que nadie ve, solo recuerda en los errores. Hace mucho tiempo que nadie me llama por mi nombre, podría ser un recuerdo en la mente de alguien o una alucinación pasajera o un sueño que se desvanece al despertar. O tal vez, la mujer invisible que está allí donde se cae una ceniza o se vuelca un vaso.

Si alguna vez quiero pedir algo, debo seguir a mis patrones y encontrar el momento para abrir mi boca. Pero me cuesta tanto pedir algo, me cuesta armarme de valor para exigir lo que es mi derecho: existir. Como si fuera culpable de un crimen, mi mente me juega malas pasadas y me sumerge en un sentimiento de vergüenza de mí misma. Vergüenza por desear algo, por necesitar algo, por querer un poco más o solo un poco.

Hoy desperté y me miré al espejo. Me vi un poco más arrugada, más cansada, la piel transparente y los ojos sin brillo. Creo que estoy sufriendo la transformación final. No sé si me convertiré en fantasma o en zombi. Me gusta la serie sobre zombis, me hace pensar que es posible un mundo lleno de gente sin vida propia, me consuela. Aunque eso de comerse a los vivos no me es grato. Yo preferiría que los zombis volvieran a la vida, que encontraran algo que les devolviera su ser luminoso anterior. Pero es solo una serie y resulta más atractivo que persigan a los vivos, para que los vivos de la vida real sientan miedo y piensen en no crear zombis. Sigo divagando… Pero puesta a imaginar, si los zombis volvieran a ser seres vivos tal vez transformarían en zombis a los vivos que los convirtieron antes. Vengativos.

Estoy dándole muchas vueltas a todo. Me parece que hoy dejaré mi última gota de vida, ya no recuerdo cómo me llamo: mujer, piba, chica, señora, empleada… Pero ¿cuál es mi nombre?

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