
Me
levanto muy temprano cada día, el sol es mi compañía desde sus primeros rayos
rojizos. Limpio la casa, porque la noche es enemiga del orden y la quietud en
esta casa. Junto la ropa que quedó desperdigada por aquí y por allá. Tiro las
botellas de vino y cerveza que encuentro a mi paso. Se hacen las siete de la
mañana y yo tomo un baño, me relajo para comenzar la verdadera acción. Mis
tareas continúan sin pausa durante todo el día. Preparo desayunos, lavo platos,
lustro muebles, aspiro polvo, limpio vidrios y ventanas, atiendo llamadas,
recibo gente que viene a dejar compras por Internet, vuelvo a cocinar, pongo la
mesa, levanto la mesa, lavo más platos, lavo ropa, la tiendo en la soga, luego
la plancho y acomodo en su lugar, coso las medias rotas, los botones caídos,
las rasgaduras de camisas y pulóveres, lustro zapatos, repaso los pisos cuando
entran con pisadas de la calle, limpio baños, quito sarro de las ollas, y así
mi día se va agotando con la preparación de la cena y el lavado de los últimos
trastos.
Algunas veces me dicen “Piba, olvidaste
traerme el jugo de naranja”. Eso pasa muy pocas veces. La mayoría, soy como un
fantasma en la casa, un fantasma al que nadie ve, solo recuerda en los errores.
Hace mucho tiempo que nadie me llama por mi nombre, podría ser un recuerdo en
la mente de alguien o una alucinación pasajera o un sueño que se desvanece al
despertar. O tal vez, la mujer invisible que está allí donde se cae una ceniza
o se vuelca un vaso.
Si alguna vez quiero pedir algo, debo
seguir a mis patrones y encontrar el momento para abrir mi boca. Pero me cuesta
tanto pedir algo, me cuesta armarme de valor para exigir lo que es mi derecho:
existir. Como si fuera culpable de un crimen, mi mente me juega malas pasadas y
me sumerge en un sentimiento de vergüenza de mí misma. Vergüenza por desear
algo, por necesitar algo, por querer un poco más o solo un poco.
Hoy desperté y me miré al espejo. Me vi
un poco más arrugada, más cansada, la piel transparente y los ojos sin brillo.
Creo que estoy sufriendo la transformación final. No sé si me convertiré en
fantasma o en zombi. Me gusta la serie sobre zombis, me hace pensar que es
posible un mundo lleno de gente sin vida propia, me consuela. Aunque eso de
comerse a los vivos no me es grato. Yo preferiría que los zombis volvieran a la
vida, que encontraran algo que les devolviera su ser luminoso anterior. Pero es
solo una serie y resulta más atractivo que persigan a los vivos, para que los
vivos de la vida real sientan miedo y piensen en no crear zombis. Sigo
divagando… Pero puesta a imaginar, si los zombis volvieran a ser seres vivos
tal vez transformarían en zombis a los vivos que los convirtieron antes.
Vengativos.
Estoy dándole muchas vueltas a todo. Me
parece que hoy dejaré mi última gota de vida, ya no recuerdo cómo me llamo:
mujer, piba, chica, señora, empleada… Pero ¿cuál es mi nombre?
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