GALA DE PREMIOS 47ª Ed. Autor Anónimo

El graderío se iba llenando de espectadores, aros concéntricos de cuerpos expectantes en torno a un entarimado donde ya esperaban los últimos autores de la temporada. Eran veintinueve en total, todos vestidos con una amplia capa que distorsionaba su físico, la cabeza cubierta por una capucha y el rostro oculto tras una máscara veneciana, inidentificables unos de otros. Se hallaban en pie formando un círculo en torno a un reloj de arena, verdadero centro del espacio y de la atención de los presentes, instrumento de mecánica imparcial que desgranaba los segundos libre de pasiones y urgencias, ajeno a la ansiedad de cuantos le rodeaban. Ni los tañidos de las campanas anunciando la llegada del nuevo año provocarían entre los presentes tanta expectación como lo hacía aquel pequeño objeto de vidrio y madera. Con el último grano cayó un manto de silencio sobre el recinto, espeso como la tinta. A través de la única puerta de acceso hizo su entrada el maestro de ceremonias, portando la pluma ...

Carta anónima, de Anónimo 27


 

Hola, a cualquier comisario o inspector de policía que llegue a leer esto. Envío esta carta, más o menos anónima, para la jefatura de policía como propio testimonio de un hecho grave que se os pasó desapercibido. En su momento hubo la pertinente investigación del suceso, pero al no encontrar nada concluyente se determinó que fue una muerte accidental o natural dada la avanzada edad de la víctima.

Yo, en aquella época, ocupaba un apartamento en un bloque próximo al de la difunta y aunque nos separaba el parque, su vivienda (un viejo inmueble de dos plantas) era una de las pocas luces que cuando yo por la noche salía a fumar a la terraza veía al otro lado.

Fue una madrugada de bochorno estival, serían más de las tres, y después de dar un centenar de vueltas en la cama rompí mi costumbre de no fumar o beber después de media noche. Con una cerveza recién sacada de la nevera y media cajetilla de tabaco me senté en la terraza. Enfrente, una tenue luz me indicó que la vieja de los gatos (así la conocían todos) estaba todavía despierta.

No le di mayor importancia hasta que como en unas sombras chinas, a través de la cortina me pareció percibir un forcejeo que apenas duro unos instantes. En mi estado de vigilia me quedé intrigado y fui a buscar un visor óptico (por mi profesión tengo ese tipo de material a mano) para tratar de identificar mejor lo que hubiera podido pasar.

Cuando escudriñe la escena con mi objetivo profesional pude ver a alguien salir con paso ligero del portal. Aunque el sujeto se alejó rápido y entre las sombras de la noche, sus andares, en especial esa particular cojera de aquella desgarbada silueta lo identifiqué como sobrino de la anciana que quedó después descartado al tener una coartada que seguramente no se comprobó exhaustivamente; mal trabajo policial y falto de interés por la víctima.

Yo fui quien hizo aquella misma noche una llamada al 112 con uno de mis números se prepago, pero cuando llegaron y vieron un frasco de pastillas vacío pensaron que la buena mujer inconscientemente o deprimida se las había tomado. La policía cuando al rato se personó no hizo más que corroborarlo si entrar en más detalles. Lo sé porque a los dos días salió una escueta noticia, contando todo esto, en la página de sucesos de la prensa local.

Por mi itinerante trabajo me tuve que ausentar de mi piso franco y no fue hasta el varano siguiente que volví a mi nidito a descansar unos días cuando pude atar todos los cabos sueltos del caso; empezando por el móvil. La señora en cuestión era la propietaria no solo de su inmueble, sino de los otros tres colindantes usados como oficinas y bajos comerciales.

A media mañana vi al sobrino, con sus descompasados andares, seguido de dos buitres con traje y sendos maletines, para liquidar el último local que seguía abierto, una vieja librería de segunda mano que en más de una vez me vino al pelo para satisfacer mi segunda gran afición. El vallado y demolición de los cuatro inmuebles de la vieja de los gatos fue en esa misma semana. No tuve que investigar mucho para saber que el susodicho era un palomo cojo muy conocido en los ambientes de juego clandestino, donde las deudas son sagradas para los prestamistas.

El adelantar la muerte de la tía sería para él de vida o muerte por los usureros y ahora el promotor también le estaría metiendo prisa para echar a los inquilinos. Bueno, en la hemeroteca, en un recorte de sociedad, encontré que la vieja había apadrinado un albergue de mascotas al que el truhan de su sobrino tendría que seguir sosteniendo. Bien, y si no hay sobrino, todo irá para el albergue de peludos.

Vale, como la policía no hizo su trabajo, yo sí haré el mío. Acabo de adquirir una mira telescópica para mi rifle (que estoy deseando probar) y como sicario tengo una merecida reputación, aunque ninguno de mis clientes me conozca o haya visto jamás. El apartamento, por si ahora os da por investigar más la muerte del sobrino, no está a mi verdadero nombre y figura como un piso de verano sin arrendatario fijo. De hecho, todas las veces que yo he venido ha sido, como buen profesional, con un aspecto diferente, así que podréis llenar todo el tablero de corcho con mis retratos robot.

Por si os interesa, en mi selecto ambiente (no soy nada barato) me conocen como El Chacal.

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