Hoy
es un lunes lluvioso. El colofón perfecto, nótese la ironía, para el peor fin
de semana de mi vida…
He vuelto al trabajo aunque el viernes,
a última hora y después de hacerme pasar a un despacho, me plantaran delante el
finiquito y me dieran las gracias por los tres años en los que su empresa, va a
constar para siempre en mi vida laboral.
Aún no ha llegado nadie. Falta poco más
de media hora para que empiece la jornada en esta empresa. Desde el viernes por
la noche, sobre las nueve y diez concretamente, mi mente ha estado embutida en
una especie de enajenación. En estos momentos me siento como si estuviera en
una resaca constante, aun sin haber bebido ni una gota de alcohol. El cuerpo lo
tengo que me duele todo. No he pisado mi casa desde el viernes por la mañana.
Estoy empapada, embarrada y muy cabreada. ¿Cómo han podido hacerme esto a mí?
Ni un sólo día de baja me cogí. Llegaba la primera y me iba casi la última,
dejándome hasta las pestañas en la pantalla del ordenador. ¿Y así me lo pagan?
Simplemente porque estoy soltera y sin hijos que mantener. Según ellos, aún soy
joven y no me será difícil encontrar un nuevo trabajo. Además tuvieron la
indecencia de decirme que estarían encantados de dar muy buenas referencias
sobre mí… Simplemente me han echado porque soy la que sale con el despido más
barato a pagar por ellos. Pero a mí no me van a timar porque no firmé y puse que
no estoy conforme.
El caso es que cogí el coche con el alma
llena de rabia y los ojos de lágrimas. También el viernes estuvo lluvioso. Yo
diría que todo desde el mediodía de aquel viernes, no ha parado de caer agua
del siniestro cielo gris que encapota la ciudad. Pero ya todo me da igual.
Miento. No todo. No me da igual lo que me han hecho estos hijos de la gran… Me
callo.
Me callo pero voy a vengarme. Voy a
esperar agazapada entre las sombras a que lleguen para darles un día que no
olvidarán.
Al llegar, he ido dejando un rastro de
barro, como si hubiera salido de una ciénaga. Todo está igual que el viernes. Y
ahí está mi mesa. Mi puta mesa. Con su silla ortopédica y la alfombrilla
eléctrica a los pies. No me llevé nada. Me olvidé de todo, embuída por la
rabia.
No he podido descansar en todo el finde
y algo me zumba dentro del cráneo. Un ruido apagado, como si alguien me
estuviera hablando desde muy, muy lejos. Entonces oigo abrirse la puerta
principal. El reloj marca las ocho menos diez.
Me escondo en la sala de reuniones sin
hacer ruido. Desde la rendija de la puerta, veo entrar a Maca, la de
administración. Viene con el paraguas chorreando, el moño torcido y el móvil en
la oreja.
—No, tía, aún no se sabe nada. Aquí no
están ni su coche ni ella. Dicen que Alicia no ha parado en casa. Su padre me
llamó el sábado para ver si había quedado conmigo. Pero ya sabes que ella y yo
no nos llevamos… El caso es que no la localizan.
Silencio. Se ha quedado quieta mirando
hacia donde estoy. La sala de reuniones. Pero no puede verme. ¿Verdad? No me
ve. Pero algo ha notado porque da un paso atrás. Y otro más. Y entonces sale
corriendo hacia los despachos del fondo. Genial. Una cobarde menos.
Yo no puedo soportarlo más y salgo de la
sala. Voy directamente a mi mesa aunque me cuesta. Me cuesta horrores moverme,
como si arrastrara cadenas invisibles. Pero llego. Y entonces doy rienda suelta
a mi ira.
Primero lanzo el monitor contra el
suelo, explotando en una lluvia de cristales y plástico. Luego, levanto la
silla por encima de mi cabeza y la estampo contra la pared. La planta del
rincón sale volando. el armario de las carpetas tiembla y se abre solo,
vomitando papeles como si se hubiera hartado de guardar secretos.
Oigo voces, pasos corriendo y más gente
llegando. Entonces pongo ambas manos sobre mi mesa. Mi trinchera. Mi calvario.
El altar de mi humillación… Me hago más fuerte y grito como si se me desgarrara
el alma. Y la mesa se parte crujiendo con un sonido seco. Como si chillara
conmigo. La mesa se dobla hacia un lado, se quiebra en dos, y algunas aristas
saltan como insectos mutilados. Todos están mirando pero nadie dice nada. Hasta
que el jefe entra con una cara que, por primera vez, muestra algo que no sea
superioridad o indiferencia.
—Es el padre de Alicia —dice. Su voz
suena vacía—. Han encontrado su coche a la altura del kilómetro 13. Está
completamente destrozado.
Su nuez sube y baja para tratar de
tragar algo de saliva porque tiene la garganta seca y continúa.
—Dice que… que Alicia yace dentro.
Muerta.
¿Muerta yo?
Y es entonces cuando recuerdo el golpe.
El chasquido. Cristal en los ojos. Mis gritos. Un árbol. La lluvia. La
oscuridad.
Estoy muerta pero estoy aquí. Y ellos
también. Los que sabían. Los que se rieron. Los que miraron a otro lado cuando
lloré en el baño, cuando pedí ayuda y justicia.
Estoy muerta pero aún con cosas que
hacer. Y si estoy muerta, ya no tengo nada que perder.
En este relato bien puede usarse el dicho de que la venganza se sirve fría. Aquí tan fría como un cadaver.
ResponderEliminar¡Suerte!
Ufff un relato donde la venganza viene tras la muerte. Inquietante sin duda, y es que no es para menos después de tan grande injusticia. El misterio de la muerte, la continuación de algún tipo de existencia tras el deceso y, la venganza. Bien contado todo, nos haces sentir la furia de la pobre alma en pena. Enhorabuena y mucha suerte.
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