Tintero anónimo

  EL ANONIMATO   Desconocer por completo la identidad del creador de una obra artística es un hecho presente desde los inicios mismos del Arte, allá por el Paleolítico Superior, cuando el Homo Sapiens sintió la necesidad de dejar reflejada sus inquietudes en forma de pinturas rupestres y esculturas. En el último reto de la temporada del Tintero de Oro vamos a hacer un viaje por el anonimato presente en la literatura, como no puede ser de otra forma,   para lo cual vamos a contemplar las dos situaciones recogidas en la definición de «obra anónima».   OBRAS DE AUTORÍA DESCONOCIDA   Las así consideradas son obras generalmente de cierta antigüedad de las que se desconoce completamente su autor. Puede deberse a la pérdida de los registros históricos a causas de robos, incendios o catástrofes naturales, o por ser consideradas en el momento de su creación más artesanía que arte, no siendo importante para el «artesano» el hecho de dejar constancia de su auto...

La carrera en comité


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   Plantarse frente a la enorme puerta y desaparecer el gato fue todo uno. A continuación, las enormes hojas de madera se abrieron y ¡un torrente de agua se precipitó sobre ellos! Afortunadamente, era tan salada que enseguida lograron sacar la cabeza a flote. En el remolino que se formó en el interior de aquella sala de enorme techo y disposición circular, lograron vislumbrar extraños animales que giraban con ellos. Aquí un ratón, allá un pato, un dodo, un loro, un aguilucho y… ¡algunos de los participantes de El Tintero de Oro que no veían desde el pícnic! 

   —¡Al final os decidisteis a entrar! —dijeron unos. 

   —¡Esto es una locura! —dijeron los otros—. ¿De dónde salió toda esta agua? 

   «¡Yo soy más viejo que vosotros!» 

   Los participantes se volvieron hacia el origen de aquellas palabras. Al encontrar solo a un loro buscaron por otro lado. 

   «Y sé más que vosotros». 

   Volvieron la mirada otra vez hacia el loro quien repitió las mismas frases, dejando prueba suficiente de que en ese lugar todos los animales hablaban. 

   —¿Y qué tiene que ver eso con el agua? 

   —¡No tiene nada que ver! Solo constato el hecho —añadió el loro. 

   El pato, que estaba muy pendiente de la conversación, movió sus alas para subirse a una silla que estaba flotando. 

   —Si se me permite, creo que sé la respuesta —dijo con acento de pato—. Es muy evidente de todas formas. 

   —¡Yo sé más que todos vosotros! —repitió el loro—. Pero puede responder usted, señor Pato. 

   —¡Son las lágrimas de una niña! ¡Una niña cuyo cuerpo es tan grande como su tristeza! 

   —¡Pero no existen niñas así! —replicó un participante. 

  —¡Claro que sí! —intervino el dodo—. Y, por si no se han dado cuenta, la habitación ya se ha vaciado de agua y estamos empapados. ¡Qué frío! 

   En verdad el frío era palpable y los tiritones muy notorios tanto en los cuerpos de los animales de dos patas como en los de dos piernas. 

   —¿Cómo podríamos secarnos? —dijo otro participante. 

   —¡Yo sé más que todos! —exclamó el loro—. Pero que sea el dodo quien os lo explique. 

   —¡Necesitamos algo radical! ¡Una carrera loca! —explicó el dodo. 

   —¿Una carrera loca? —preguntaron los participantes. 

   —¿Una carrera loca? —preguntaron los animales, menos el loro y el dodo. 

  —Exactamente —continuó el Dodo—. Trazamos un círculo, nos situamos en sus bordes ¡y a correr! 

    Dicho esto, el dodo comenzó a correr, mas nadie lo siguió. 

    —¿Y quién ganará la carrera? —preguntó el ratón. 

    —¿Y cuál será el premio? —preguntó el pato. 
   En ese momento, el gato sonriente apareció flotando en mitad de la sala abanicándose con el sobre dorado. 

    —Quien gane la carrera se llevará este sobre como premio. 

    —¡Eh! ¡Ese sobre es nuestro! —exclamaron los participantes. 

    —Querrán decir que será suyo si ganan la carrera —apuntó el ratón. 

    —No, es nuestro porque contiene los… 

   —Contenga lo que contenga ya hemos decidido que será el premio para quien gane la carrera —dijo el dodo, que seguía corriendo—. ¡A correr y no se hable más!



   Dicho esto, los animales y los participantes comenzaron a correr, aunque unos en el sentido de las agujas del reloj y otros en el sentido contrario. Ante tal lío, unos y otros cambiaron educadamente el sentido de su carrera, lo que a fin de cuentas no tuvo ningún resultado práctico. 

   Tras media hora, más o menos, el dodo gritó: «la carrera ha terminado». 

   Todos se detuvieron, jadeantes pero secos. Cuando recobraron el aliento se agruparon alrededor del gato sonriente que durante toda la carrera no se había movido del centro de la sala. 

   —¿Quién ha ganado? —preguntó un participante. 

   —¡Yo lo sé! —dijo el loro—. Pero que sea el gato sonriente quien lo diga. 

   —¡Ay! La verdad es que tenía la cabeza en otra parte y no me he fijado. 

   —En ese caso, tal y como yo lo veo, ¡todos hemos ganado! —dijo el pato. 

   —Pero solo hay un premio —notó el ratón. 

   —En ese caso habrá que partirlo en tantas partes como corredores hemos participado —sentenció el dodo. 

  —¡No! Entonces nunca sabremos qué relatos han ganado esta edición… —replicaron los participantes. 

   —Decreto que estamos ante un dilema —constató el dodo—. Propongo que reflexionemos sobre ello. 

   —Reflexionar está muy bien —dijo el gato sonriente—. Pero mejor sería hacerlo con el estómago lleno y creo que no muy lejos de aquí hay una mesa con un excelente servicio de té y pastitas para quien quiera ocuparla. —Señaló entonces hacia una puerta que nadie había visto hasta ese momento—. Basta con cruzar esa puerta y recorrer el sendero.

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