GALA DE PREMIOS 41ª ED. LA CASA DE LOS ESPÍRITUS DE ISABEL ALLENDE.

¡Bienvenidas, bienvenidos a esta gala de premios en homenaje a La casa de los espíritus de Isabel Allende! Me presento, mi nombre es Clara, como sabéis, tengo cierta sensibilidad que me lleva a comunicarme con el más allá. Muchos son los espíritus que día tras día me acompañan y todo ello lo escribo en mi cuaderno de anotar la vida. Casi siempre, prefiero a mis espíritus antes que a los seres de carne y hueso, pues estos no se conforman con lo poco, o mucho, que las vida les pueda dar y se dedican a hacer el mal para ambicionar lo que no pueden poseer por cauces normales. No soporto a la gente interesada, ni a la gente egoísta, ni tampoco a los que hacen trampas porque sí. Por eso me quedo con lo que el más allá me ofrece. En esta edición del concurso, los espíritus, mis amigos, se han sentido muy reflejados en los escritos que han leído. Ellos me acompañan siempre y son la esperanza que mi vida en vida tiene; cuando muera, ellos serán también los que me acompañen. Hoy, mis espíritus

Una loca merienda

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   «Brilla, brilla, ratita alada, ¿En qué estás tan atareada?» 

   La cancioncilla los acompañó durante todo el sendero que cruzaba el bosque y que terminaba en una casa cuyas chimeneas tenían forma de largas orejas y cuyo techo estaba recubierto de piel. Era tan grande que tardaron un buen rato en dar la vuelta a sus cuatro esquinas. No encontraron a los cantantes, pero si a otro grupo de participantes con los que compartieron sus aventuras en aquel País de las Maravillas. 

   —¡Venimos de la carrera más loca que podáis imaginar! —dijeron unos—. ¡Y un gato terrible se llevó el sobre dorado con las votaciones! 

   —¡Nosotros hemos caído durante kilómetros! —dijeron los otros—. ¡Y hemos sido tan altos como una montaña y más pequeños que una hormiga! 

   Siguieron contando sus experiencias cuando de nuevo comenzó la canción: 

   «Por sobre el Universo vas volando, con una bandeja de teteras llevando. Brilla, brilla…» 

   Las voces sonaban cercanas y las siguieron antes de que callaran de nuevo. Al fin localizaron a los cantantes sentados en una mesa enorme debajo de un árbol sobre la que se encontraban decenas de servicios de té y pastitas. Algo excesivo teniendo en cuenta que los únicos comensales eran un sombrerero, una liebre de marzo y un lirón. Como había sillas de sobra y los curiosos personajes se encontraban paralizados —los primeros con una taza de té en los labios y apoyados, a modo de almohada, sobre el lirón que dormía sobre la mesa— decidieron sentarse.



    Sentarse y que se reactivaran el Sombrerero y la Liebre de Marzo fue todo uno. 

    —¿Qué se supone que están haciendo? —preguntó el Sombrerero. 

    —Sentarnos a la mesa —respondieron. 

    —En ese caso sírvanse té y pastitas. 

    Los participantes, una vez se sirvieron el té y las pastitas, comentaron: 

    —Un lugar extraño en el que viven. 

    —¿Extraño para quién? 

    —Bueno, objetivamente es un lugar peculiar este país, sea para quien sea. 

    —¿Es que el suyo es diferente? 

    —¡Claro! Es un mundo normal. Un mundo en el que cada cosa tiene su momento y cada acción sus consecuencias. 

    —¡Qué mundo tan aburrido! —dijo el Sombrerero mirando su reloj de bolsillo. 

    —¡Para nada! ¡Hay muchas opciones para matar el tiempo! 

    —¡Chitón! —exclamó la Liebre de Marzo llevándose un dedo a los labios—. Por Dios, ¡que puede escucharos!

    —¿Quién? 

    —¡Quién va a ser! ¡El Tiempo! —intervino el Sombrerero. 

  Los participantes se miraron entre sí. Unos decidieron dar un sorbo de té, otros intentaron comprender el sentido de la conversación. 

    —El tiempo no es nadie, no puede escucharnos —respondió uno. 

    —Claro que es alguien, ¿por qué no iba a serlo si continuamente hablamos de él? 

    —Aunque hablemos de él, es solo una dimensión. ¡No tiene conciencia! 

    —¡Oh! Y ahora dicen que es un desalmado —añadió la Liebre de Marzo tapándose la boca. 

    —No hemos dicho eso. Solo que es algo que no existe, no es un ser vivo. 

    —¿Y solo por ello pueden atacarlo de esta manera? ¡Son muy crueles! —exclamó el Sombrerero—. Pues sepan que existe, y que por culpa de que la Reina de Corazones me acusó en su momento de querer matarlo de mala manera el Tiempo este me abandonó. Por eso siempre son las seis de la tarde. 

   La conversación parecía tomar un callejón sin salida cuando el lirón levantó la cabeza de la mesa y miró al resto de comensales. 

   —Se parecen en que ambos solo tienen una E y ninguna N —dicho esto volvió a dormirse. 

    El Sombrerero y la Liebre de Marzo se miraron mutuamente 

   —Podría ser… —dijo el Sombrerero, a lo que la Liebre asintió. Después se volvió a los participantes—: ¿Ustedes qué opinan? 

    —Eh… No sabemos a qué se refiere. 

    —¡Qué deliciosamente ignorantes! No solo desconocen la respuesta, sino también la pregunta. 

    —¿Y por qué habríamos de saber ambas cosas si no nos lo dice? 

    El lirón volvió a despertarse: 

    —En que a los dos se sostienen por unas patas y pueden generar notas desagradables. 

   Dicho lo cual volvió a apoyar la cabeza en la mesa. El Sombrerero y la Liebre volvieron a asentir. Hartos de tanto sin sentido, los participantes se levantaron de la mesa. 

    —Nos vamos —informó uno—. Hay mucho que descubrir y aquí no sacamos nada en claro. 

    —Entonces, ¿insinúan que somos un pozo de oscuridad? ¡Oh! En verdad que son muy faltones. 

    —¡No hemos insultado a nadie ni hemos mencionado ningún pozo! 

    —¿Y de dónde iban a sacar la claridad? 

    Los participantes decidieron no responder dado que ello conllevaría otra replica y así podrían estar infinitamente, reflexión que de algún modo les hizo plantearse si en verdad el Tiempo había abandonado al Sombrerero, la Liebre y el Lirón. Así que se dieron la vuelta y se internaron de nuevo en el bosque. Mientras se alejaban escucharon que aquellos peculiares personajes cantaban otra canción.



  Al poco, observaron un árbol en cuyo tronco había una puerta. Algunos sintieron curiosidad por atravesarla, pero otros se sentían acalorados y se fijaron en un arroyo que no estaba mucho más lejos.


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