GALA DE PREMIOS 41ª ED. LA CASA DE LOS ESPÍRITUS DE ISABEL ALLENDE.

¡Bienvenidas, bienvenidos a esta gala de premios en homenaje a La casa de los espíritus de Isabel Allende! Me presento, mi nombre es Clara, como sabéis, tengo cierta sensibilidad que me lleva a comunicarme con el más allá. Muchos son los espíritus que día tras día me acompañan y todo ello lo escribo en mi cuaderno de anotar la vida. Casi siempre, prefiero a mis espíritus antes que a los seres de carne y hueso, pues estos no se conforman con lo poco, o mucho, que las vida les pueda dar y se dedican a hacer el mal para ambicionar lo que no pueden poseer por cauces normales. No soporto a la gente interesada, ni a la gente egoísta, ni tampoco a los que hacen trampas porque sí. Por eso me quedo con lo que el más allá me ofrece. En esta edición del concurso, los espíritus, mis amigos, se han sentido muy reflejados en los escritos que han leído. Ellos me acompañan siempre y son la esperanza que mi vida en vida tiene; cuando muera, ellos serán también los que me acompañen. Hoy, mis espíritus

¡Que les corten la cabeza!

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  «¡Dónde nos hemos metido!» se decían mientras cruzaban el vestíbulo. De uno de los pasillos laterales escucharon unas voces muy conocidas. 

    —¡Al final os animasteis a entrar! —dijeron unos. 

   —¡Ha sido por ese gato! —dijeron otros señalando al felino que custodiaba la diminuta puerta—. ¡Se llevó el sobre con los resultados de las votaciones de esta edición! 

   En realidad, del gato solo se mostraban en ese momento sus ojos. Lo que, de disponer de tiempo para ello, nos habría de llevar a un debate sobre cuánto de uno debe desaparecer para decir que ya no somos nosotros. 

   —Las opciones son un incordio innecesario —dijo el gato mostrando ahora su sonrisa además de su mirada felina—. Tantas dudas y reflexiones para acabar la mayoría de veces en el mismo lugar. 

   —¡Qué gato tan cansino! —comentó uno—. ¡Danos ya nuestro sobre! 

   —Pero si os lo diera no pasaríais a través de esta puerta. 

   —¿Y cómo vamos a cruzarla con lo pequeña que es? —advirtió de nuevo el participante amigo de lo evidente. 

  —¡Nosotros tenemos la solución! —dijeron unos participantes—. Solo hace falta beber de una botella etiquetada con la palabra «Bébeme» y comer una galleta de un bol etiquetado con la palabra «Cómeme»

   Fue así que miraron en derredor buscando una mesa de cristal con una botella y un bol de galletas, pero solo distinguieron un charco de agua de extraña procedencia. Se volvieron al gato, que esta vez sí se mostraba entero, sobre dorado incluido. 

   —¡No hay forma de menguar para cruzar la puerta! ¡Y además está cerrada! —exclamaron los participantes. 

   —Ambas cosas son ciertas —respondió el gato—, tan ciertas como que una puerta nunca es tan pequeña ni tan cerrada como para impedir que pase quien realmente lo desea. 

    Y dicho esto, el gato despareció por completo. 

    Los participantes se quedaron reflexionando sobre las últimas palabras de ese gato tan extraño. Tan raro como todo aquel mundo maravilloso en el que nada tenía sentido; o, si lo tenía, no se podía entender con la razón. Así que, una vez comprendieron ello, dejaron de pensar y, tras convenir que todos deseaban cruzar realmente la puerta, se dirigieron hacia ella y la cruzaron. 

   Aparecieron en un jardín, cuya entrada se encontraba cubierta por un gran rosal de rosas blancas. Dos naipes de una baraja de póquer discutían enfrentando dos brochas de pintura roja.



    —¡Qué hermoso jardín! —dijeron los participantes para calmar los ánimos de aquellas cartas tan belicosas. 

    —¿Hermoso? ¡Pero no ven que las rosas son blancas! —replicó la que llevaba el cinco—. ¡Ustedes son muy crueles! ¿es que quieren que la reina nos corte la cabeza?! 

    —¿Cómo va a ser ello posible? 

    —La reina detesta las rosas blancas. 

  En ese instante se escucharon unos sonidos de trompeta. «¡La reina, es la reina!», gritaron los jardineros apurándose por terminar su tarea. 

   Aparecieron diez soldados, igual de oblongos y planos que los jardineros, enarbolando tréboles. Les seguían, en fila de a dos, cortesanos, infantes y demás componentes de una barroca comitiva que precedía a un Valet que llevaba la corona real sobre un cojín carmesí y, por supuesto, al Rey y la Reina de Corazones. 

  Los jardineros se arrodillaron, pero los participantes permanecieron de pie. Esta circunstancia no pasó desapercibida a la Reina de Corazones quien de inmediato exclamó: «¡Que les corten la cabeza!». Aunque a esas alturas estaban convencidos de haberla perdido ya, metafóricamente hablando, físicamente preferían que siguiera sobre los hombros. 

    —¿Por qué tenemos que arrodillarnos? 

   Roja de furia, la Reina le dio una indicación al Valet de corazones quien se dirigió a ellos. 

    —Todo habitante del País de las Maravillas debe arrodillarse en señal de respeto a la honorabilidad de los reyes. 

    —Pero antes deberíamos confirmar que sean honorables. 

    —Solo por ser rey se es honorable. 

    —¡Bah!, eso es como decir que uno es humano solo por ser un ser humano. 

    —¡Que les corten la cabeza! —ordenó la Reina—. ¡Es hora de jugar al croquet! 

    Afortunadamente, los soldados encargados de los asuntos decapitacionales eran los mismos que debían formar los aros por los que debían pasar las bolas en forma de erizo en el campo de croquet. Así que el asunto de las cabezas quedó olvidado y entraron en el jardín para asistir como espectadores al partido de croquet. Mientras observaban el partido, apareció la cabeza del gato:

    —¿Qué os parece la reina? —preguntó el felino. 

    —¡Oh! ¡Es una tirana! 

    Tan alto lo dijeron, y tan cerca se encontraba la Reina, que esta se acercó y ordenó que cortaran la cabeza a todos los participantes y al gato. Esto último generó cierta incertidumbre en los soldados pues ¿cómo se podía decapitar una cabeza sin cuerpo? 

    La llegada de quien se anunció como duquesa zanjó la situación. 

    —Majestad, majestad. ¡Es terrible! ¡Han robado sus tartas! 

    —¡Que le corten la cabeza al ladrón! 

    —Pero, majestad, antes ha de celebrarse un juicio —comentó el Valet de corazones. 

    —Pues que se celebre el juicio y que luego le corten la cabeza. 

   Dicho esto, se dio por terminado el partido de croquet. Algunos de los participantes dijeron que no podían perderse tan curioso juicio. Otros se negaron a presenciar algo tan aburrido. A estos últimos, el gato les propuso asistir a una entrega de premios, pero para ello debían regresar al vestíbulo.

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