Anoche
soñé contigo, nos besábamos con pasión en aquella cabaña destartalada. Tus
manos recorrían mi cuerpo y tu lengua las acompañaba, haciendo que mi piel se
erizara, calentándome todos mis sentidos. Mi sexo palpitaba, quería de ti,
quería que me penetraras y llegaras hasta mi alma, solo así podría calmar la
terrible sed de ti…
Tu
rosa roja
Ese primer texto, que apareció en el
periódico en el especial de abril, fue el detonante de lo que ocurrió a
continuación. El mencionado diario se llenó de quejas y, al mismo tiempo, de
alabanzas: “¿cómo se les ocurría publicar aquella aberración?”, clamaban unos;
“¡sí, libertad sexual!”, opinaban otros. La persona que se escondía tras aquel
sugerente seudónimo, mujer con total seguridad, era desconocida para todos,
hasta para los empleados del periódico. Solo el director del mismo conocía su
nombre y bajo su propia responsabilidad había decidido publicarlo, con la
intención de remover conciencias, como él mismo declaraba en el editorial días
después, contestando e intentando apaciguar las voces en su contra que se
habían levantado.
Te
deseo, como nunca he deseado a nadie. Deseo tu cuerpo, tu piel pegada a la mía
en un abrazo eterno… Tus besos, ¡oh, tus besos! ¡Qué bien besas! Mis labios se
amoldan a los tuyos y tu lengua recorre la mía en un susurro eterno. Me encanta
sentirla dentro de mí y entonces, solo entonces, es cuando bajo mi mano y toco
tu miembro erecto, ¡qué placer sin igual! Dos enamorados volcados al gozo, a la
felicidad mutua, no hay más, no necesito más, no quiero más.
Tu
rosa roja
Las ventas se duplicaron. Los diferentes
medios de comunicación se hicieron eco de la noticia. El debate social estaba
en boca de todos:
―Una mujer no debería escribir eso. Es
una descarada.
―¿Por qué no? Las mujeres también tienen
derecho a sentir placer.
―Seguro que es un hombre, un escritor
bohemio, un viejo verde. No tiene por qué ser mujer.
―Un periódico de ese prestigio no
debería publicar esos textos.
―Es literatura, ¿por qué no debería
hacerlo?
―¡Es una vergüenza!
―La vergüenza es que se tenga que
ocultar, por ser mujer o por lo que sea. Tendría que haber más libertad.
No
te vayas, por favor, no me dejes. Déjame amarte un minuto más, un segundo más.
Deja que mi lengua te recorra entero, para que tu sabor permanezca en mí hasta
que la muerte me lleve con ella. ¡Ven, mi amor! ¡Ven! Acaríciame como solo tú
sabes hacerlo, como solo tú me tocas. Llévame al éxtasis con tus movimientos,
con tu lengua, con tu mano y dejemos que el mundo se olvide de nosotros por un
momento; y dejemos que nosotros nos olvidemos del mundo por un momento.
Tu
rosa roja
Detrás de aquel primer especial de
literatura, llegaron otros, a petición popular; y aunque el periódico había
perdido antiguos suscriptores, nobles de la más pura aristocracia de la época,
había ganado otros y, sobre todo, había despertado a las masas. Grupos de jóvenes,
en su mayoría mujeres, comenzaron a manifestarse pidiendo más libertad,
reclamando justicia para su persona. Sus reivindicaciones llegaron, incluso, al
gobierno, formado, en su mayoría, por hombres y, para sorpresa de todos, fueron
escuchadas, solamente escuchadas.
Al periódico llegaban todos los días
miles de cartas para “tu rosa roja”.
Querían hablar con esa persona, conocerla, e, incluso, publicar sus escritos o,
en el lado contrario, ajusticiarla por su falta de vergüenza.
Hasta que la bomba cayó por su propio
peso.
Hace
días que no te veo, trabajo me dices. Todas las noches te recuerdo, aunque no
quiera, mis sueños húmedos me despiertan. Las contracciones de mi sexo
pidiéndote a gritos y la oleada de calor que experimento, me recuerdan los
buenos momentos que hemos pasado. No sé si volveremos a vernos, me temo lo
peor, pero te aseguro que no habrá nadie como tú. Yo solo quiero pasármelo bien
y tú también, pero supongo que la sociedad no lo ve así, no hacemos daño a
nadie, tanto tú como yo somos libres, ¿por qué ese rencor? La vida ya es
demasiado dura para, encima, vivir reprimidos. Seguirás mío en el recuerdo y
quizá, ¡quién sabe!, algún día vuelva a tenerte entre mis brazos.
Tu
rosa roja
Seis meses después de que apareciera el
primer texto en el periódico, este fue censurado y cerraba sus puertas, dejando
a muchos trabajadores en la calle y a un director huido del país por las
represalias que pudiera tener. La sociedad aclamó esa decisión y los pocos que
los defendieron fueron, de forma paulatina, callando sus bocas, por miedo; al
igual que los grupos de mujeres que se habían manifestado. Había quedado claro
que el mundo no estaba preparado para ninguna “rosa roja”.
Nadie intentó averiguar la identidad de
aquella desconocida y pronto todos se olvidaron de ella. Aunque sus textos
fueron recortados y guardados en los cajones de las mesitas de noche de muchos
hombres y muchas mujeres, los primeros para soñar despiertos y las segundas
para soñar dormidas.
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