El
Doctor Alberto Losada Jiménez se mueve por el escenario con paso resuelto pero
a la vez tranquilo. Camina como quien ha aprendido a no vacilar ante la
urgencia, pero sin el estruendo del ego. Con el cuerpo ligeramente inclinado
hacia adelante, como empujado por un propósito interior, con los hombros
relajados, como quien ha cargado muchas veces el peso del dolor ajeno.
.-La aplicación “CBP One” creada por la
administración de Joe Biden en EEUU, como un medio para que los migrantes
entraran legalmente en los Estados Unidos y el objetivo de prevenir la
inmigración irregular, fue cancelada por la administración de Donald Trump,
quien ha revocado los permisos de residencia y trabajo otorgados y ha ordenado
a sus beneficiarios que abandonen el país inmediatamente, ya que si se quedan
en EE.UU. pueden ser sometidos a enjuiciamiento.
Así que esos aproximadamente 900.000
migrantes que ingresaron por la frontera sur, y que podían permanecer durante
dos años con un permiso para trabajar legalmente y legalizar su residencia,
deben acogerse a la actual “CBP Home”, una nueva versión de la aplicación para
“autodeportarse” o sea, hacer el trayecto a la inversa. Además, se cancelaron
todas las citas programadas, dejando a miles de personas varadas en México.
“Tapachula” es la segunda ciudad más
importante del estado de “Chiapas”, en el sur de México,cerca de la frontera
con Guatemala y el Océano Pacífico. Una ciudad de paso para millones de
centroamericanos que huyen hacia o desde Estados Unidos. Pero también una
trampa, un lugar donde las políticas anti-inmigratorias aplastan los sueños de
muchos que se mantienen viviendo en condiciones inhumanas.
Allí encontramos a mujeres, hombres y
niños a media tarde, tirados en los suelos de los pasillos del albergue de
acogida para personas migrantes. Dormitan a la sombra, conversan sin
entusiasmo, un grupo de mujeres cocinan tortillas en una sala. No ríen, no
cantan. Sus rostros de mirada desencajada son la metáfora del tsunami que la
nueva política migratoria de Estados Unidos ha provocado en un México, que
comparte con su vecino del norte más de 3.000 kilómetros de porosa frontera y
una dilatada historia de rencillas.
Se han ido juntando los autodeportados
con los que, a pesar de tener la cita acordada para el asilo, aún no habían
hecho el viaje de ida y mantienen empecinadamente la ilusión de que “algo”
cambie y les dejen llegar a la tierra prometida.
Pero hoy no estoy ante vosotros en esta
charla a la que tan gentilmente me han invitado para contaros las atrocidades
de la emigración. Estoy para confirmar la importancia de un sencillo acto de
humanidad.
Uno de los primeros días de mi última
visita, me había detenido en la fila de los que esperaban el reparto de las
cajas de ayuda humanitaria. Conversaba con una pareja de ancianos a los que
conocía. La mirada de Carmelo refleja cansancio, dignidad y resignación. Sus
ojos ya no buscan promesas, pero aún conservan memoria de lo que siempre
ofrecieron. Los de María recorren el mundo con una pregunta callada: ¿cómo
llegamos a esto, después de tanto?
De pronto, una algarabía desentona con
el ambiente. Un grupo de chiquillos pasa corriendo. Uno de los niños enarbola
un papel como si fuera una bandera. Ríen, saltan, gritan…
Una imagen común que desentona en ese
rincón del mundo. Antoñito me cuenta entusiasmado, que Juancito se ha
encontrado un dibujo en la caja. Pero no logra seguir porque un emocionado
Carlitos llega para mostrarnos un colorido dibujo que le ha tocado a él,
justamente a él.
El corro se agranda, los dibujos nos
invaden. Pero de pronto aparece un pequeño cuento y Anita, su dueña, llora
maravillada.
Tapachula ha quedado atrás. El albergue
y sus tristezas se ha quedado atrás. Los colores de los dibujos y los cuentos
inundan el espacio. Y todo está bien. “Más que bien” como diría Antoñito,
porque las sorpresas no mueren ese día. Se reproducen al día siguiente, y al
siguiente…
Nadie sabe quién los hace ni cómo
aparecen en las cajas pero lo cierto es que unos apasionados chavales han
recuperado la esperanza de ser seres privilegiados. Y se prestan los tesoros
entre ellos para sentir que la vida es más dulce.
A pesar de mis investigaciones, no logro
enterarme de quién o quiénes son los autores. El secreto se mantiene firme,
pero en los pasillos del albergue de acogida para personas migrantes de
Tapachula, las ilusiones se contagian y los dibujos se comparten.
Expectantes, los niños esperan las cajas
de ayuda humanitaria que llegan casi todos los días y tratan de copiar los
dibujos en el suelo con unos trozos de madera que han quemado, convirtiéndolos
en carboncillos. ¡La imaginación al poder! Un grupo ha decidido escribir los
cuentos que recuerdan de pequeñitos, de cuando vivían en su pueblo con toda la
familia, abuelos, tíos, primos…
Luisita me ha dicho que cuando sea
grande va a escribir cuentos para niños y para grandes, porque a los grandes
también les gustan.
Y la dulce Anita me ha confesado que el
dibujo que a ella le ha tocado, con una casita, unos árboles y las estrellas
sonrientes, le ayuda a dormir, a no tener miedo.
La muerte no es la mayor pérdida en la
vida. La mayor pérdida es lo que muere dentro de ti mientras vives. Nunca te
rindas. En cualquier momento, un ser anónimo puede hacer el milagro.
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