MICRORRETO: EL ARTE Y LA LITERATURA.

¡Hola, Tinteros!      Comenzamos temporada retomando una actividad que seguro que muchos habéis hecho este verano: visitar algún museo, ciudad emblemática, parque con grandes esculturas, etc. Hagamos de nuestro Tintero una gran sala de arte y fusionemos las grandes obras del mundo artístico con nuestras grandes obras, esas que todavía están por salir de nuestras mentes.       Está claro que la literatura se nutre del arte y que el arte se nutre de la literatura. Ambas disciplinas están relacionadas, hay cuadros que han inspirado grandes libros y a la inversa, así como esculturas y otras piezas de arte.        Por ejemplo: El Código Da Vinci      El libro más famoso de Dan Brown narra los intentos de Robert Langdon, profesor de la Universidad de Harvard, para resolver el misterioso asesinato de Jacques Saunière ocurrido en el Museo del Louvre en París. Toma como referencia el cuadro de la Monna Lisa de Leonardo Da Vinci, y...

Excéntrico escritor anónimo, de Anónimo 28


 

En mi pequeño pueblo natal, en un medio rural de pocas actividades sociales, pero muy próximo a la gran ciudad capital, sin saber el porque eso sucedía, abundaban las solteras, mujeres hermosas, con buena preparación académica, buenos modales, amables, altamente extrovertidas y simpáticas y con una alegría fuera de lugar.

Casi todas entre los 25 y 35 años eran solteras independizadas, llenas de vida y con trabajos bien remunerados a las que al parecer no les interesaba el amor cotidiano ni formar pareja. A los padres y ancianos les resultaba insólito, por mas que indagaban no tenían explicación lógica ninguna, porque incluso se vanagloriaban de ser vírgenes aún.

Esas chicas se fueron identificando por su manera de enfrentar la vida, su alegría natural, el brillo especial en sus ojos, rebosantes de ilusión y un detalle extremadamente curioso, todas llevaban una flor en su cabellera y siempre se les veía ensimismadas y sonrojadas leyendo algún libro.

 

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En ese mismo pueblo vivía un hombre muy solitario, rico y elegante, dotado de una especialidad que nadie o muy pocos conocían, su flamante manera de escribir y versar las emociones más hermosas y sensuales.

Era un escritor anónimo, usaba un seudónimo en sus escritos. Sus siglas, EDAS, eran muy conocidas y se esperaba con ansias el verlas en un nuevo libro, que desde que salía se vendía como pan caliente. Nadie sabía lo que significaban esas iniciales, SOLO YO, que era el administrador de la editorial cuyo dueño era el mismo escritor “El Descarado Amante Secreto”, pero debía mantener el secreto bajo ciertos arreglos legales inviolables penalizados con la cárcel.

Pocos lo habían visto en el pueblo, siempre enviaba a su mayordomo o a MI, a representarlo en los centros económicos y actos sociales, por lo que casi nadie reparaba en su existencia, sus escasas salidas eran nocturnas (como los vampiros) cuando la gente estaba descansando en sus hogares, así evitaba sus rostros y tener que socializar.

El contenido de sus libros, rechazados por unos por su abierto y sensual erotismo, era la atracción de otros, que lo devoraban con insaciables ganas, como un aliciente a su sexo reprimido. Las mujeres solteras se morían por saber quien los estaba escribiendo, se llenaban de ilusión con solo pensar que fueran vistas con interés por sus ojos, y ni que decir si sus manos las tocaran…

Pero había algo mas detrás de ese seudónimo que todas sabían y cada una mantenía en secreto para sí. Cada ejemplar vendido traía un código inusual, “Deja tu dirección o apartado postal para enviarte un regalo por la compra”. Esto intrigaba más todavía y hacía que la compra fuera tan excitante como el mismo libro prometía en cada título usado, que por cierto eran bastante sugerentes todos.

El regalo consistía en una carta con ciertas instrucciones que recibía la persona que lo compro para acudir a una cita ciega con el autor, la fecha la fijaría el propio escritor en su momento, luego de que el comprador cumpliera ciertos lineamientos antes de fijarse. Mientras esto se daba, cada semana recibían una nueva carta llena de poesía, sensualidad y erotismo para mantener encendida su pasión e interés de conocerlo, era acompañada de una flor.

Pasado un tiempo, el autor de esos cada vez más intensos libros, quiso probar del néctar de la sexualidad que nunca se permitió experimentar con alguien, y fijó fechas para sus encuentros con aquellos compradores que deseaban desvelar su verdadera identidad, con la condición bajo juramento legal de que jamás la revelarían a nadie, y si lo hacían serían despojados de todos sus bienes materiales, incluyendo su honra, siendo avergonzados públicamente. En un pequeño pueblo, esto era como la muerte.

La casualidad quiso que todas fueran mujeres bellas, jóvenes, preparadas e independientes, muy ansiosas por amarlo. Con cada encuentro y la promesa de que si querían más, debían cumplir el trato de no revelar su identidad, logró seguir siendo anónimo y disfrutando de los placeres que con tanta imaginación, delicadeza y virilidad, sabía plasmar en sus libros.

Las noches se le iban en amoríos fuertes y apasionados con esas mujeres, se volvió insaciable al igual que ellas, y se durmió en sus laureles. Algo muy importante se le escapó de las manos y de la mente, su don tan especial para este tipo de escritura erótica fue perdiendo el ritmo frenético de su narrativa, y también el interés de escribir. Era como si al saciarse cada noche en vivo y directo, se desvaneciera su ardiente pasión y las ansias por crear escenarios imaginarios en los que la mente ardiera como un volcán en erupción y el lector, se sintiera tan satisfecho como si lo estuviera viviendo.

Poco a poco se fue desmejorando su aspecto, perdió el interés de escribir. Se dio cuenta de que no le quedaba nada de pasión en el cuerpo ni en el alma para ofrecerla, ni siquiera a esas mujeres que esperaron toda su juventud por ese hombre que las amara como habían soñado al regalarle su virginidad.

Una mañana fría lo encontraron en el portal de su residencia, a medio vestir, moribundo, con flores marchitas en su alrededor y todos sus libros esparcidos. La mirada fija al cielo, una leve sonrisa y en su mano izquierda un sobre lacrado a mi nombre.

SOLO YO, supe lo que decía. Y agradezco enormemente su legado.

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