En
mi pequeño pueblo natal, en un medio rural de pocas actividades sociales, pero
muy próximo a la gran ciudad capital, sin saber el porque eso sucedía,
abundaban las solteras, mujeres hermosas, con buena preparación académica,
buenos modales, amables, altamente extrovertidas y simpáticas y con una alegría
fuera de lugar.
Casi todas entre los 25 y 35 años eran
solteras independizadas, llenas de vida y con trabajos bien remunerados a las
que al parecer no les interesaba el amor cotidiano ni formar pareja. A los
padres y ancianos les resultaba insólito, por mas que indagaban no tenían
explicación lógica ninguna, porque incluso se vanagloriaban de ser vírgenes
aún.
Esas chicas se fueron identificando por
su manera de enfrentar la vida, su alegría natural, el brillo especial en sus
ojos, rebosantes de ilusión y un detalle extremadamente curioso, todas llevaban
una flor en su cabellera y siempre se les veía ensimismadas y sonrojadas
leyendo algún libro.
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En
ese mismo pueblo vivía un hombre muy solitario, rico y elegante, dotado de una
especialidad que nadie o muy pocos conocían, su flamante manera de escribir y
versar las emociones más hermosas y sensuales.
Era un escritor anónimo, usaba un
seudónimo en sus escritos. Sus siglas, EDAS, eran muy conocidas y se
esperaba con ansias el verlas en un nuevo libro, que desde que salía se vendía
como pan caliente. Nadie sabía lo que significaban esas iniciales, SOLO YO, que
era el administrador de la editorial cuyo dueño era el mismo escritor “El
Descarado Amante Secreto”, pero debía mantener el secreto bajo ciertos
arreglos legales inviolables penalizados con la cárcel.
Pocos lo habían visto en el pueblo,
siempre enviaba a su mayordomo o a MI, a representarlo en los centros económicos
y actos sociales, por lo que casi nadie reparaba en su existencia, sus escasas
salidas eran nocturnas (como los vampiros)
cuando la gente estaba descansando en sus hogares, así evitaba sus rostros y
tener que socializar.
El contenido de sus libros, rechazados
por unos por su abierto y sensual erotismo, era la atracción de otros, que lo
devoraban con insaciables ganas, como un aliciente a su sexo reprimido. Las
mujeres solteras se morían por saber quien los estaba escribiendo, se llenaban
de ilusión con solo pensar que fueran vistas con interés por sus ojos, y ni que
decir si sus manos las tocaran…
Pero había algo mas detrás de ese
seudónimo que todas sabían y cada una mantenía en secreto para sí. Cada
ejemplar vendido traía un código inusual, “Deja tu dirección o apartado postal para
enviarte un regalo por la compra”. Esto intrigaba más todavía y hacía
que la compra fuera tan excitante como el mismo libro prometía en cada título
usado, que por cierto eran bastante sugerentes todos.
El regalo consistía en una carta con
ciertas instrucciones que recibía la persona que lo compro para acudir a una
cita ciega con el autor, la fecha la fijaría el propio escritor en su momento,
luego de que el comprador cumpliera ciertos lineamientos antes de fijarse. Mientras
esto se daba, cada semana recibían una nueva carta llena de poesía, sensualidad
y erotismo para mantener encendida su pasión e interés de conocerlo, era
acompañada de una flor.
Pasado un tiempo, el autor de esos cada
vez más intensos libros, quiso probar del néctar de la sexualidad que nunca se
permitió experimentar con alguien, y fijó fechas para sus encuentros con
aquellos compradores que deseaban desvelar su verdadera identidad, con la
condición bajo juramento legal de que jamás la revelarían a nadie, y si lo
hacían serían despojados de todos sus bienes materiales, incluyendo su honra,
siendo avergonzados públicamente. En un pequeño pueblo, esto era como la
muerte.
La casualidad quiso que todas fueran
mujeres bellas, jóvenes, preparadas e independientes, muy ansiosas por amarlo.
Con cada encuentro y la promesa de que si querían más, debían cumplir el trato
de no revelar su identidad, logró seguir siendo anónimo y disfrutando de los placeres que con tanta imaginación,
delicadeza y virilidad, sabía plasmar en sus libros.
Las noches se le iban en amoríos fuertes
y apasionados con esas mujeres, se volvió insaciable al igual que ellas, y se
durmió en sus laureles. Algo muy importante se le escapó de las manos y de la
mente, su don tan especial para este tipo de escritura erótica fue perdiendo el
ritmo frenético de su narrativa, y también el interés de escribir. Era como si
al saciarse cada noche en vivo y directo, se desvaneciera su ardiente pasión y
las ansias por crear escenarios imaginarios en los que la mente ardiera como un
volcán en erupción y el lector, se sintiera tan satisfecho como si lo estuviera
viviendo.
Poco a poco se fue desmejorando su
aspecto, perdió el interés de escribir. Se dio cuenta de que no le quedaba nada
de pasión en el cuerpo ni en el alma para ofrecerla, ni siquiera a esas mujeres
que esperaron toda su juventud por ese hombre que las amara como habían soñado
al regalarle su virginidad.
Una mañana fría lo encontraron en el
portal de su residencia, a medio vestir, moribundo, con flores marchitas en su
alrededor y todos sus libros esparcidos. La mirada fija al cielo, una leve
sonrisa y en su mano izquierda un sobre lacrado a mi nombre.
SOLO YO, supe lo que decía. Y agradezco
enormemente su legado.
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