San
Martín, montañas y algo más.
San Martín de los Andes es mi lugar
porque allí no crecí, no nací, lo elegí.
San Marín es mi lugar porque lo
descubrí, me descubrió, lo conquisté, me conquistó.
Es ese lugar soñado, lo ha sido, lo
será, quizá un día me funda en su paisaje y sus rojizos atardeceres entre nubes
y montañas.
Puedo llegar a transformarme en hoja de
otoño y mi piel lentamente se transformará en nervaduras, texturas y colores,
fundiendo amarillos, ocres, dorados, rojos y naranjas. Mi sangre será sabia y
cuando el viento decida me arrancará de la rama y en suave vuelo me dejará caer
en la montaña o puedo seguir siendo verde como los pinares y sobrevivir al invierno
reteniendo la nieve en mis ramas.
San Martín es mi lugar mientras esa luna
llena me atrapa con su reflejo en el Lago y me transforma en un hada de la
noche que en un mágico vuelo se desliza entre estrellas y planetas y mira desde
las alturas contemplando el paisaje nocturno transformado en pequeños puntos
luminosos que en una carrera al mejor diseño compiten con el cielo.
Hay una magia oculta en cada rincón, un
silencio profundo de bosque, de pasión y locura, los seres del bosque, ocultos
en las laderas, danzan en esas noches entonando sus más locas melodías, ruedan
piedras, rueda arena y tierra, hojas y flores, ruedo yo...
Ruedo, si, ruedo y me pierdo en senderos
y caminos y sueños, me entrego a la brisa helada de la noche, derramándome en
escarcha al amanecer para que la calidez del sol cuando asome entre elevaciones
y arboledas me derrita y pueda fundirme con la tierra dejando la vida en las
profundas raíces, renacer desde esas
profundidades al lado de los troncos en pequeñas setas de colores, nacer entre
hayas y abedules, desperezar mi sombrero rojo salpicado de manchas blancas
desplegando mi natural belleza en advertencia para que ningún incauto decida
transformarme en un suculento plato que le cueste la vida. Asomo debajo de
enorme cipreses y pinos imitando el color de las hojas muertas y allí si en un
discreto tono terroso ir aflorando.
San Martín de los Andes es vuelo de
bandurrias y gaviotas mientras el espejo del lago refleja su vuelo.
Hay un aroma a chocolate surcando el
aire mezclado con el de las rosas de las calles y el dulce de las flores
silvestres, margaritas, lupinos, aljabas y gráciles amancayes. En las orillas
las blancas y aromáticas flores de los bellos arrayanes. Todo el aire inundado
por ese dulzor.
San Martin es ese sitio soñado al que
muchos acuden y se llevan fotos yo me lo llevo en el alma, en el corazón y en
la mente.
San Martín, me hizo poner la vida en
pausa cuando deglutió mis vacaciones, sin miramientos lastimó mi pie... No es
su culpa, no es la mía, la fatalidad, dicen algunos; el destino, dirían otros.
Hoy, lejos de San Martín con mi pierna anclada a tutores metálicos y juro que
toda esta locura escrita nada tiene que ver con calmantes, somníferos o drogas,
tampoco me comí esos hongos que pueden hacer alucinar: simplemente es porque
San Martín de los Andes es mi lugar atrapando mi mente, mi alma y mi cuerpo,
porque tiene magia y yo amo la magia.
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