Otilia sueña. También
la marquesa sueña. Son sueños muy diferentes. Ya hace varias noches que Otilia,
ayuda de cámara de la marquesa, sueña con una voz misteriosa que le relata
historias trágicas, espeluznantes, de seres y amores cosidos y descosidos, y que
sobre la madrugada insiste: «Otilia, debes publicar lo que te dicto». La pobre
se desvive en angustias y temblores. ¿Quién le habla? ¿Por qué a ella que no
sabe escribir? Sueña de noche y llora y tiembla de día con el único consuelo de
contarle sus sueños a Fermín, su marido y jardinero del parque de la marquesa.
Fermín,
con el cuidado que dedica a sus plantas, desmaleza para que la angustia no
crezca, barre hojas muertas, limpia de parásitos los tallos. Mucho más no puede
hacer. Lo poco que él sabe de las letras, lo va dibujando noche a noche después
de la comida del día. Otilia aprende con entusiasmo, pero ambos saben que no
alcanza, que para los sueños nunca alcanza.
Los
sueños de la marquesa podrían denominarse mejor como ilusiones, ensoñaciones
diurnas por lograr una gloria que excede en mucho su posición social o su
dinero. Quiere ser famosa hasta para la historia. Pero no sabe cómo. Suspira de
aburrimiento. Ni sus caballos, ni sus perros, ni su Salón de los Jueves son
suficientes. Sus desgracias son la ausencia de actividad y de imaginación. Pero
en ella no todo es pereza. Borda magníficos tapices que representan los
triunfos bélicos de los antepasados de un marido casi siempre ausente. Un
marido que en esa ausencia ha sido entronizado hasta el fanatismo como ideal
humano, ese ideal que a ella le gustaría tanto conseguir…Pero ya se sabe, las
mujeres son un subgénero cuya mayor cualidad es el silencio.
Así,
tal como el viento acumula nubes livianas y densas que provienen de distintos
lados, un día suspiros y angustias se encuentran. Otilia se deshace entre hipos
y llantos. La marquesa súbitamente deja de suspirar. Abre su boca entre el
asombro, la chispa de un descubrimiento, la posibilidad de algo que la
entusiasma, ser útil a otra persona.
Durante
meses Otilia cuenta sus sueños y la marquesa traduce con tino y sensibilidad
tanto las palabras como los tonos y los gestos de Otilia. Al cabo, más que una
marquesa y su ayuda de cámara, resultan amigas y confidentes. Pero hasta las
Mil y Una Noches llegan a su fin. Los sueños de Otilia se desdibujan. La voz
deja de acosarla, y la marquesa comprende que hay una obra terminada.
−Otilia,
−dijo la marquesa esa tarde− has completado tu obra.
−Pero,
señora, la voz siempre dijo «debes publicar lo que te dicto».
−Somos
mujeres, ¿quién querría publicarnos? Puedo intentarlo usando el título de mi
marido, pero ¿lo leerán siquiera sabiendo que está escrito por una mujer?
Y
Otilia vuelve a llorar. También ella durante esos largos meses ha encontrado
una nueva vida, y hasta es capaz de leer de corrido lo que ha dictado, aunque
no entienda ciertas sutilezas del lenguaje de la marquesa. Ya no es la misma.
sabe sin embargo que aún no ha cumplido el mandato de una voz que no es la
suya; una voz que para ella nunca tendrá un cuerpo.
Cada
tarde las dos mujeres se enredan buscando soluciones. Cada noche Fermín se
resigna a la nueva obsesión de Otilia. ¿Cómo cumplir con la voz? Gracias a su
dictado ha aprendido a leer y escribir. Le debe algo. No puede dejarlo así. Ama
a Fermín pero su mayor compromiso es con la voz.
Acaso
por cansancio, o por generosidad de corazón, Fermín un día propone su nombre
como posible solución, sin saber dónde los lleva eso. Las mujeres se
entusiasman. La marquesa mueve sus hilos y la obra se publica con gran éxito
bajo el nombre de Fermín Gutierrez, autor que se niega a dejarse ver, dispuesto
a comunicarse solo a través de la marquesa a quien ha dado el poder para
recibir los beneficios. Sorprende su estilo de una sensibilidad casi femenina.
Con
los años y las ganancias que la marquesa
ha sabido acrecentar, Otilia y Fermín se retiran a un pueblo alejado del
marquesado.
A
la muerte de la marquesa, nadie sabe dónde encontrar a Fermín Gutierrez. Los
tiempos han cambiado y empiezan las curiosidades, intrigas e investigaciones
por las firmas con seudónimo. Crece la necesidad del “saber- quién- fue”. Por
algunos papeles encontrados en el gabinete de la marquesa, se llega a la
conclusión casi irrefutable de que la obra fue escrita por ella.
Ya
anciano, alguien reconoce a Fermín como
el jardinero de la marquesa y hace la pregunta. Fermín solo contesta «¿Yo? Si
apenas sé leer. Será otro.»
Nadie
le pregunta nada a la vieja Otilia, viuda de Fermín, aunque también ella
trabajó para la marquesa. «Gente buena pero ignorante», dicen por ahí.
Otilia
guarda silencio. Gracias a su marido y a su patrona ha cumplido el
mandato; de regalo, ha aprendido a leer
y escribir, sin embargo ella tampoco sabrá nunca de quién era la voz.
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