El camino hasta la publicación es una carrera de obstáculos. El más común es el rechazo editorial, pero la vida está llena de infortunios que pueden mandar una obra literaria al peor lugar imaginable: el olvido. Algunas nunca salieron de él; pero otras, milagrosamente, sí.
Y os aseguro que el adverbio «milagrosamente» no es para nada gratuito.
EN BUSCA DEL MANUSCRITO PERDIDO
Para quienes hayáis escrito alguna novela, o estéis en ello, seguro que una de vuestras peores pesadillas es que cualquier virus o capricho informático borre todo lo escrito. Horas y horas de trabajo mandadas al limbo, por el simple error de no guardar una copia de seguridad mientras estás enfrascado en la escritura. Bueno, si esto nos llega a pasar al menos podemos consolarnos con el hecho de que la historia de la literatura tiene varios ejemplos de novelas que se perdieron antes de que alguien pudiera leerlas. Incendios, guerras, muertes, el propio autor o incluso desafortunados despistes.
¡PERDIDOS POR UN DESCUIDO!
Como es el caso del primer caso, el del escritor argentino Juan Damonte. De él se dijo que, además de ser un tipo desgarbado, mantenía una relación muy fiel con el alcohol. Escribió solo dos novelas en sus sesenta años de vida. La primera, una novela corta de 198 páginas, titulada Chau papá, con ella ganó el prestigioso Premio Hammett de novela negra en la Semana Negra de Gijón de 1996. ¿Y la segunda? Pues parece ser que terminó en el asiento trasero de un taxi mexicano. Era su única copia, y allí se quedó olvidada por culpa de, seguramente, una noche demasiado alegre. Del taxista nunca más se supo, ni tampoco de la novela que al parecer se perdió para siempre.
Como imagino que muchos os habéis levantado despavoridos en busca de uno o diez pendrives para guardar los archivos de vuestra novela os espero.
¿Ya?
Igual suerte corrieron los manuscritos, notas y apuntes de un escritor que, siendo aún meritorio, le pidió a su esposa que le llevara todos sus manuscritos originales a Lausanne. Y así hizo la mujer en aquel 1922, empaquetó la producción literaria de su esposo en una maleta y tomó el tren. Ella llegó a su destino; pero la maleta, no. Su pérdida tuvo dos consecuencias: la primera, naturalmente, el divorcio; la segunda, a juicio de los críticos, fue que esa pérdida le permitió al escritor dar un salto de calidad en su obra, olvidarse de esos escritos que le hubieran robado horas de revisión para centrarse en nuevos proyectos. El nombre de este escritor era Ernest Hemingway así que quizá, y por una vez, los críticos tuvieron razón.
Que un despiste o la pérdida de una maleta haga que nuestro original se pierda para siempre es desde luego una faena. El escritor se queda huérfano de su obra por una tontada, pero ¿qué sucede si pasa lo contrario? Si quien se queda huérfana de autor es la obra...
LA FEA COSTUMBRE DE MORIRSE ANTES DE PUBLICAR
Lo más común son aquellas situaciones en las que el escritor falleció antes de terminar o revisar su novela. En estos casos, los originales suelen aparecer años más tarde, cuando los herederos escrutan antiguos arcones o archivos y, al encontrar algo inédito, van corriendo a una editorial con una calculadora bajo el brazo. En un artículo de la revista Que Leer, Rafael Ruiz Pleguezuelos calificó esta práctica como literatura zombie, que no de zombies. En dicho artículo se cuestiona hasta qué punto es ético que obras que el autor, en vida, dejó inacabadas o no consideró presentarlas a publicación sean rescatadas del olvido. Es evidente que esta práctica tiene un componente económico de apuesta segura por un inédito de autor consagrado, pero ¿es el autor el único dueño de su obra?
Se suele recurrir a ejemplos como Kafka para defender que la literatura, más allá de los deseos del autor, no puede permitirse que según qué obras permanezcan olvidadas. Y es que el genial autor de La metamorfosis dejó escrito que a su muerte toda su obra fuera destruida. De hecho, está documentado que quemó uno de sus relatos, La muralla china. Si su amigo, Max Brod, le hubiera hecho caso jamás se hubieran publicado El desaparecido, El proceso, El castillo o La madriguera, obras maestras a pesar de estar inconclusas. Recientemente, mediante esta búsqueda en viejos arcones, se han conseguido recuperar poemas de Rosalía de Castro o Juan Ramón Jiménez. O un capítulo descartado de la novela corta Charlie y la casa de chocolate de Roald Dahl titulado La sala de los caramelos calentadores.
En el caso de Kafka se publicaron sus obras tal cual las dejó el autor. Pero en otros, fueron terminadas por otro escritor como ocurrió con Poodle Springs de Raymond Chandler. El maestro del género negro solo pudo terminar los primeros cuatro capítulos antes de morir. Sus herederos, con motivo del centenario de su nacimiento, pidieron al escritor Robert B. Parker que la continuara. ¿Homenaje póstumo o intromisión impertinente en la obra de un autor? Imagino que habrá opiniones para todos los gustos.
También nos encontramos situaciones en las que el autor no pudo convencer a ninguna editorial para que publicara su obra antes de morir. Y sin el empeño del escritor ¿qué posibilidades existen de que un manuscrito sea aceptado por una editorial? Y no hablemos de si esa novela es escrita por un autor desconocido para el público. Desde luego, solo el tesón de alguien cercano podría lograr eso.
En marzo de 1969, un joven escritor de 31 años aparcó su coche en las afueras de Biloxi, Mississipi. Tras dejar una nota en la guantera y el motor al ralentí, enganchó una manguera en el tubo de escape para después volver con ella al interior del vehículo y esperar a que el monóxido de carbono lo matara. Su madre, obsesiva y sobreprotectora, hacía dos meses que no tenía noticias de su paradero. Al enterarse del suicidio entró en una lógica depresión. Se había quedado sola con su marido, una escasa compañía por culpa de su carácter y sordera. Husmeando en la habitación de su hijo encontró un manuscrito y las correspondientes cartas de rechazo. Quizá había presionado demasiado a su John. Se sintió culpable de su frustración. Pero ella, a sus 67 años, no permitiría que ese trabajo se perdiera. Insistió nuevamente con los editores, si bien en principio no correría mejor suerte que su John. No fue hasta 1976 cuando consiguió que un escritor, Walker Perey, aceptara leer la novela. Al terminarla, Walker no podía creer que fuera tan buena y consiguió que en 1980 fuera publicada por la Universidad Estatal de Louisiana. Al año siguiente, la novela ganaría el Pulitzer. Por supuesto hablamos de John Kennedy Toole y su obra maestra La conjura de los necios. Años después, se encontró otra novela que escribió con solo 16 años, La Biblia de neón, que fue publicada en 1989.
En el caso de Toole, la gloria le llegó tras su muerte. Pero también existen casos de autores consagrados cuya novela, rechazada y olvidada en vida, fue descubierta y publicada años después.
Como le sucedió a un escritor francés del siglo XIX. Tras su primera novela de una serie titulada Viajes extraordinarios, remitió a su editor otra que escribió en 1859. El editor, Pierre-Jules Hetzel, la rechazó, la consideró muy alejada de la calidad de la primera y le dijo que la reescribiera cuando fuera un escritor más maduro. Nuestro autor se sintió derrotado y guardó el manuscrito en un armario de una de sus residencias. Y allí permaneció durante más de cien años. En 1989, un bisnieto suyo lo encontró haciendo limpieza. Tras leerlo le pareció algo único. Al contrario del resto de su producción, en esta presentaba los avances científicos con un pesimismo demoledor. Describía un mundo gobernado por entidades financieras, un tiempo en el que ya nadie leía libros ni escuchaba música clásica. Una sociedad dependiente de la electricidad, con ciudades atestadas de coches contaminantes… Da escalofríos, ¿verdad? Por supuesto, semejante capacidad de anticipación a lo que estaba por venir solo la ha poseído el gran Julio Verne, y esta obra recuperada del olvido es París en el siglo XX.
Rescatados de las llamas de la intolerancia
Desde luego que, el totalitarismo y la ignorancia conocen bien dónde está su peor enemigo y no han faltado en la historia infames episodios de quema de libros. Fue Carl Sagan quien dijo en cierta ocasión que de no haberse destruido la Biblioteca de Alejandría tal vez el ser humano habría pisado la Luna en el s. XV. Aquello fue una de las mayores infamias de nuestra historia y buena parte del conocimiento antiguo se perdió para siempre. Afortunadamente, otras obras si lograron escapar de las llamas.
Ese fue el caso de El Lazarillo de Tormes que la Inquisición consideró una lectura de herejes. Solo se conservaron cuatro ediciones originales y una fue encontrada en el hueco de una pared. Quien la ocultó allí desde luego fue alguien que merece un homenaje.
Más reciente es el caso de Irène Nemirovsky, una escritora ucraniana a la que los nazis enviaron a Auschwitz. En ese campo de concentración moriría junto a su esposo en 1942. Ya había publicado antes de la locura nazi. De hecho, era tan tímida e insegura que envió su primera novela a un editor sin reseñar su identidad y este tuvo que pegar anuncios en toda la ciudad para encontrarla. Cuando Irene fue enviada a Auschwitz contaba con un buen número de obras inéditas. También con un par de hijas pequeñas que las custodiaron en valijas con ayuda de familiares y amigos. Afortunadamente, lograron salvar el legado literario de su madre. Entre esas obras, Suite francesa, publicada en 2004.
En 1921 fueron quemados en Estados Unidos cientos de ejemplares de The Little Review una revista en la que se comenzó a publicar por entregas una novela corrupta, casi obscena, a ojos de la Sociedad para la Prevención del Vicio de Estados Unidos. Esa novela era el Ulises de James Joyce. Afortunadamente, algunos ejemplares llegaron a la propietaria de una prestigiosa librería de París, Sylvia Beach. Esta editora fue la responsable de la primera edición. Llegó a recurrir a técnicas de contrabando como forrar las tapas con cubiertas de poemas de Shakespeare. Aun y así casi todos los ejemplares de estas ediciones fueron localizados y quemados. Tuvieron que pasar más de diez años para que se pudiera publicar en Estados Unidos y más de 25 años hasta que se tradujera al castellano por primera vez. Por cierto, Virginia Wolf consideró el Ulises como el libro más aburrido e impublicable que había leído. Cosas de escritores…
Y desde luego que los escritores tienen sus cosas, de hecho, bien podríamos decir que hasta son los mayores novelicidas de la historia.
¡Solo he escrito basura!
Siendo la censura un horror, el propio autor puede ser aún más duro con su obra. Las dudas permanecen agazapadas en su cogote mientras escribe. Hasta que en un momento dado deciden manifestarse con tanta virulencia que consiguen ofuscarlo, llegando este a destruir todo lo escrito.
Imaginad a ese escritor que ha decorado la pared de su habitación con las cartas de rehúse de sus relatos. Está escribiendo una novela y al revisarla entiende que es una basura, que como todo lo demás, jamás verá la luz. Harto de su vida, coge el original y lo manda a la papelera. Después, vacía el cenicero sobre las hojas. Al día siguiente, tras regresar de su trabajo como profesor, observa que la papelera está vacía. Al buscar a su esposa, la encuentra leyendo su manuscrito. Había limpiado la ceniza de las páginas, las había alisado y las había leído. Le dijo que la historia tenía posibilidades y que ella le ayudaría a comprender cómo eran las niñas de instituto, algo fundamental para la trama. Tiempo después esa novela se publicaría, siendo el primer éxito del autor de género de terror más vendido del mundo. Hablamos de Carrie y de Stephen King.
Otro escritor que llegó a quemar su obra fue Robert L. Stevenson. Parece ser que en un arrebato creativo escribió el borrador de El extraño caso del doctor Jeckyll y Mister Hyde en solo tres días. ¡30.000 palabras! Sin embargo, cuando le mostró el borrador a su mujer esta le dijo que no le gustaba, que le parecía demasiado amoral. Entonces, el mismo ímpetu arrebatador con el que escribió el borrador lo llevo a quemarlo. Afortunadamente, tiempo después y con los ánimos más calmados, Stevenson reescribiría lo que se convertiría en un clásico del terror.
Brian O’Nolan, en 1940, tuvo un acceso de ira parecido con su novela El tercer policía. Mientras esperaba al editor adecuado que publicara su novela, la difundió de manera casera entre sus amigos, bajo el seudónimo de Flann O’Brien. Ese editor, sin embargo, jamás llamó a su puerta, así que Brian pensó que en realidad se trataba de una mala novela y de nuevo fue casa por casa de sus amigos para recuperar uno por uno todos los manuscritos para quemarlos. Afortunadamente uno se salvó y llegó al publicarse en 1967, aunque Brian no pudo verlo dado que murió un año antes. ¿Broma perversa del destino?
Y es que el destino también tiene algo que decir.
Los imponderables del azar y la vida
En otros supuestos, no es la muerte del autor o sus dudas acerca de la calidad de la novela la causa de la pérdida. Los imponderables de la vida nos pueden alcanzar cuando menos lo esperamos. Como fue el caso del escritor inglés, Malcom Lowry (1909-1957). Su vida transcurría plácidamente en su cabaña de la playa Dollarton (Canadá) donde se dedicaba a escribir junto a su segunda esposa. Pero como no existen los paraísos, la mañana del 7 de junio de 1944 un olor a quemado lo despertó. El techo en llamas amenazaba con caer sobre ellos. Él, muy espabilado, salió corriendo a buscar la ayuda de sus vecinos, pero su esposa se quedó intentando recopilar todos los trabajos de su marido. A pesar de recuperar la mayoría, no pudieron rescatar de las llamas una novela en la que llevaba más de 12 años trabajando. Siempre se idealiza lo que se pierde y este autor se lamentó hasta su muerte de que las llamas se llevaron su obra maestra. Tal vez, si la relación con su primera esposa hubiera sido más cordial habría recordado (o quién sabe si lo hizo, pero ella lo negó en venganza) que le dio una copia mecanografiada y varios capítulos manuscritos en papel carbón. El caso es que Jan Gabrial, la primera esposa, falleció en 2001 y dos años después esas copias fueron entregadas a la Biblioteca pública de Nueva York. Siendo finalmente publicada en 2004 con el título de Rumbo al Mar Blanco.
No sería el fuego, sino el agua, lo que casi arruina una de las obras maestras indiscutibles del s. XX, Cien años de soledad. Las dificultades por las que tuvieron que pasar García Márquez y su mujer, Mercedes Barcha, hasta que su novela fuera publicada darían para varias entradas. Pero ahora cabe señalar que cierto día, una vez terminado el primer borrador, se lo entregaron a su mecanógrafa. Esta, de camino a casa, fue sorprendida por un aguacero. Con las prisas resbaló y se le cayó el manuscrito y bueno, imaginaos el resto. La lluvia borrando las letras de García Márquez... afortunadamente, solo se destruyó una parte y seguro que lo que se reescribió fue mejor que lo perdido.
Y para finalizar, los casos más paranormales
El extraño caso de los libros fantasma
Son aquellos libros que no han sido publicados por la simple razón de que ¡jamás fueron escritos! Sin duda, el más llamativo es el Necronomicon. Ese libro con cubiertas de piel humana con conjuros para invocar a los primordiales cuya primera noticia de su existencia nos la dio Lovecraft en su relato El sabueso (1922). Pero también habría que destacar a Borges cuyo espíritu juguetón le llevo a nombrar y reseñar novelas que nadie escribió como Examen de la obra de Herbert Quain, y Pierre Menard, autor del Quijote. La verdad es que Borges no se conformó con inventarse libros inexistentes. ¿Por qué no un escritor que no existe? En 1942, don Honorio Bustos Domecq publicó Seis problemas para don Isidro Parodi. Nadie supo dar con él, hasta que preguntaron a Borges y Bioy Casares.
Espero que hayáis disfrutado de estas curiosidades y, por supuesto, si conocéis otros casos de manuscritos que estuvieron perdidos en el tiempo no dudéis en aportarlos en los comentarios.
¡Saludos tinteros!
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Hola, David.
ResponderEliminarLa verdad es que la causística de los manuscritos perdidos o encontrados es mucho mayor de lo que me imaginaba al leer el título de la entrada. Sin duda, Ernest Hemingway tuvo que hacer de la necesidad virtud y el resultado no fue nada malo. En mucha menor medida qué rabia da también cuando por arte de Internet un comentario se deshace o incluso una entrada completa de un blog se esfuma por arte de magia. A mí me ha pasado.
Un poco de cine que también viene al caso: en "El ladrón de palabras" un joven escritor encontraba un manuscrito y lo publica como suyo. La fama obtenida se volvería luego en su contra cuando el autor real reconoce su manuscrito y se descubre el pastel. Algo parecido sucedía en la francesa "El hombre perfecto".
Como siempre has logrado encontrar un tema muy ameno y enriquecedor.
Un abrazo, David y buen fin de semana.
Gracias, Miguel. Jo, si te contara... La verdad es que más de un comentario se ha esfumado en más de una ocasión y, hasta algún artículo bien avanzado. Y es que tengo la mala costumbre de no ir guardando el archivo cada cierto tiempo. El caso más grave fue precisamente en la maquetación de nuestra última antología, durante un día estuve maquetando los relatos, creo que fueron unos doce o trece, con sus tipografías, su revisión de líneas huérfanas, espacios, etc... total, se me quedó el portátil sin bateria y cuando regresé al archivo... nada, todo borrado.
EliminarEstupendo aporte cinematográfico el que aportas y que enriquece la entrada, sobre ese argumento recordaba una película de Johnny Deep en la que estaba encerrado en una casa de campo escribiendo. Ahora no me viene el título.
Me alegra que te hayan entretenido estas anécdotas. Un abrazo!
Muy interesante exposición de manuscritos perdidos. No estoy muy convencida de que la causa del divorcio de Hemingway fuera la pérdida de la dichosa maleta, je, je. Creo más bien que una tal Pauline hizo acto de presencia y dinamitó el matrimonio, pero al final todo suma, supongo.
ResponderEliminarComo aportación, aunque no es lo mismo, tal vez podríamos hablar de los NO manuscritos de Sócrates, por ejemplo, de quien todo lo que sabemos es a través de lo que escribieron sus discípulos y seguidores. Tener de su puño y letra su pensamiento hubiera sido genial.
Muy buen post David. Un abrazo
Gracias, Matilde. Pues es verdad lo que comentas de Sócrates, aunque me parece que nunca llegó a escribir nada, toda su filosofía en su cabeza. Eso es como llevarse el trabajo a casa, je, je, je... Menos mal que tenía unos alumnos muy destacados, pero sin duda leerlo directamente hubiera sido una maravilla.
EliminarBueno, digamos que Hemingway aprovechó que el Pisuerga pasaba por Valladolid, ja, ja, ja... Desde luego era un bon vivant con muchos problemas con eso de la fidelidad conyugal. Un abrazo!
Interesantísimo todo lo que cuentas, David, en especial el tema de las publicaciones inéditas contra los deseos del autor. En ocasiones está justificado pero hay casos muy poco éticos también. Estoy pensando, por ejemplo, en Harpeer Lee y esa primera versión de "Matar a un ruiseñor " que se publicó hace unos años, una versión que ella descartó para cambiar completamente la perspectiva de la narración.
ResponderEliminarLas pérdidas de los manuscritos pone los pelos de punta, jeje.
Una entrada estupenda y muy enriquecedora, como dice Miguel. Besos y buen finde.
Gracias, Marta. Es un debate muy interesante que tendría buena solución si lo que guiara el criterio de la publicación fuera la calidad de la obra encontrada. Pero claro, tal y como está el sector, un material de un escritor icónico o la continuación de una obra clásico es un caramelo muy goloso como para guardarlo en un cajón. Luego está el de las obras que estaban escribiendo en el momento de la muerte. ¿Cuál habría sido el deseo del autor? No sé si que la terminara otro sería algo que le gustara.
EliminarMe alegra que te haya gustado este acopio de anécdotas. Un abrazo!!
Desde luego eres un pozo de sabiduría bien documentada. No solo promueves la escritura sino que nos ilustras con estas curiosidades sobre libros y autores. Es de agradecer y mucho.
ResponderEliminarUn abrazo David.
Gracias, Francisco. Para nada. Siempre digo que el blog me ofrece la oportunidad de buscar cosas que de otra forma leería y olvidaría. Me alegra que te haya gustado y tomemos nota de guardar nuestros escritos a buen recaudo, ja, ja, ja... Un abrazo!!
EliminarExcelente documentación en una excelente entrada con ese toque de suspense para no decir el nombre del "accidentado escritor" hasta el final. Conocía varios de los casos aludidos como el John Kennedy O'Toole tan desquiciante, el de Kafka, Stephen King etc...
ResponderEliminarMe has hecho recordar aquellos libros de Vila -Matas en que el fantástico escritor catalán se enfrasca en la vida de escritores que dejaron de escribir por uno u otro motivo.
Un abrazo
Gracias, Doctor. La verdad es que de no ser por el blog nunca me hubiera dado por indagar la vida de los escritores, y fíjate lo que me hubiera perdido. Sin duda, la vida de los escritores es tan apasionante como sus novelas. Sobre todo los más antiguos, los modernos son un poco más aburridos o menos dados a dar noticia de su vida. Anotada esa obra de Vila-Matas que desde luego se presenta muy sabrosa. Un abrazo!
EliminarBuenísnas. me encantaron todas las anécdotas
ResponderEliminarGracias, Alí. Un abrazo!
EliminarConocía algunos casos de los que cuentas, pero otros los ignoraba por completo.
ResponderEliminarPobre Kafka, su amigo le traiciona publicando sus libros y La muralla china que quemó él mismo debió de arder mal porque yo lo leí en mi juventud.
Yo no me atrevería a decir que Ulises es aburrido e impublicable, pero yo, desde luego he sido incapaz de leerlo.
Una entrada fantástica. La he leído pegada a la pantalla.
Un beso.
Gracias, Rosa. El relato está publicado, de hecho una antología lleva su nombre La gran muralla china. Imagino que habría alguna copia por ahí rondando, o quizá fuera el amigo que desoyó su testamento y decidió publicar esas obras. Sin duda, debió ser un personaje. Jo, con el Ulises, puff..., es durito, al menos para mí. Tengo una edición en tapa dura y más de tres o cuatro veces me he puesto con ella, pero a las pocas páginas la dejo. Bueno, podemos dedicarle una edición del concurso un día de estos, ja, ja, ja...
EliminarMe alegra que te haya gustado. Un fuerte abrazo!
Muchas gracias por todo lo que nos das, David. Estoy convencida de que el día que encontré el Tintero de Oro hallé un tesoro.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Carmen. Al revés, el Tintero lo halló cuando os encontró a vosotros. Un abrazo!
EliminarPues muy extraño estos casos porque precisamente me tocan a mi: En una casa que tuvieron mis padres rentada a diversas familas, encontramos una caja llena de papeles diversos, como cuentas por pagar, recibos, etc, etc, pero en una habian algunos manuscritos, y asi los mantuve por decadas, ahora que existen los blogs, he ido pasando esos manuscritos anonimos a formato digital y son mas o menos buena parte de lo que publico. Me parecio que lo alli escrito era valioso... En el 2016 escribi acerca de mi increible hallazgo Borgiano:
ResponderEliminarhttp://www.museodelaconfusion.com/2016/04/gregorio-coimbras.html
Gracias, José. ¡Ostras qué bueno! Desde luego que encontraste un tesoro y me has dejado en ascuas sobre la identidad del autor que se dejara sus escritos olvidados. Desde luego que es una anécdota traída al pelo y un aporte muy valioso para comprobar de primera mano qué estas cosas pasan. Gracias por el enlace. Un abrazo!!
EliminarHola David, incansable compañero. Gracias. Estás al tanto de tecla y toque, para que no se caiga en el olvido nuestras letras; ingenio y creatividad para iluminar y consagrarnos a la luz y a la risa, y hasta incluso, ver esas letras bailar. Cada publicación tuya es para hacer un alto en el camino, para tomar aire y seguir escribiendo. Gracias por esta, por la otra, por las que vendrán, que ni duda tengo, más dudo de mí jejee. Curioso lo de estos escritores y sus novelas. Ay, si no hay copias, qué hacer entonces, pues otra novela. Y seguro que hasta mejor que la que se ha perdido. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Eme. Seguro que todos nosotros hemos sufrido alguna cosa parecida. Como le comenté a Miguel, todo un día de trabajo de maquetación de los Relatos asombrosamente asombros se perdió por mi mala cabeza y por olvidarme de guardar el documento de tanto en tanto.
EliminarPero también es verdad lo que dices, cuando perdemos un documento tras el soponcio inicial y resoplar, cuando volvemos a escribirlo creo que lo hacemos con más fluidez y soltura, sin las cadenas de lo ya escrito. Tenemos las ideas frescas y más maduras. Un fuerte abrazo!
Muy interesante y ameno, la verdad. Ni Cien años de soledad se escapa. Los pelos de punta se me han puesto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Macondo. Bueno, espero que sirva como aquel refrán que reza que cuando veas las barbas de tu vecino cortar pon las tuyas a remojar, ja, ja, ja. Un abrazo!
EliminarHola David, qué curiosa recopilación nos regalas, un trabajo informativo bien detallado, y muy interesante.
ResponderEliminarComo anécdota, ademas de haber perdido todo lo que escribí originalmente en mi primer libro "Monólogos del alma", el cual años después empecé de cero a reescribir, te cuento que hace unos días mi hija menor Emilia, que es publicista y hace diseños gráficos, fotografías, personalizaciones..., dejó caer su pendrive de 5 terabytes, y ahí estaba todo su trabajo de varios años, ademas de sus fotografías y bueno, todo..., y es casi seguro que no se pueda recuperar nada, el disco al parecer sufrió mucho daño según le hay dicho.
Así que nada hay seguro, por suerte su negocio más rentable lo había subido a google drive y ahí está, lo demás, todos sus diseños editables y trabajos hechos a varios artistas para sus conciertos ..., ya imaginarás, ahora dice que pagará para tener más espacio en google drive y no le vuelva a pasar, como dicen, la gente compra candado después que le roban.
Como aporte al tema, que se nota te has fajado a recopilar información y redactar tan jugosa entrada, te dejo este enlace sobre un libro, el "Manuscrito Voynich", que hace años al descubrir su historia me dejó intrigada y al principio casi obsesionada, pues no sabría decir porqué me cautivó tanto.
https://www.milenio.com/cultura/manuscrito-voynich-misterio-libro-raro-mundo.
Muchas gracias David, siempre es un placer y un aprendizaje visitarte. Que pases bien el domingo y la semana. Te dejo un gran aplauso y un abrazo.
Hola, Harolina. Jo, desde luego que tú y tu hija habéis sufrido en carne propia la pérdida de una creación propia y, por lo visto en los comentarios, parece que no sois, o somos que a mí también me ha pasado, los únicos. Pero como en todos los casos, tras el mal trago todos hemos puesto remedio escribiéndolo de nuevo, y seguramente mejor.
EliminarWow! El manuscrito Voynich es uno de esos ejemplares extraños que nos dejó la historia, como el llamado mapa de Piri Reis o los llamados Ooparts, artilugios cuya datación no se corresponde con los conocimientos que tenemos de su época. Y es que el pasado, afortunadamente, siempre nos deja buenos enigmas con los que fascinarnos. Excelente aporte! Un fuerte abrazo!
Otra de tus entradas imprescindibles para, no solo pasar un buen rato, sino también, y especialmente, para ilustrarnos con esas historias (algunas de las cuales conocía) que nos muestran los avatares (y en algunos casos, dramas) de muchos escritores en su afán por publicar. Si ya es muy difícil lograr atrapar el interés de un editor, solo falta que la mala suerte se interponga en la carrera literaria de alguien que bien merece ser reconocido.
ResponderEliminarEn algunos de estos casos, una vez más aparece la figura de la esposa como artífice del éxito del marido escritor, como el caso de Stephen King, pues creo que Carrie fue su primera novela publicada con éxito. Y luego está la incomprensión (por no decir incompetencia) de algunos editores, que no supieron ver el valor de una obra genial.
Cuando has mencionado los manuscritos olvidados, me he acordado de la estuoenda película "El ladrón de palabras", protagonizada por Bradley Cooper y Jeremy Irons. Porque quizá también habría lugar en este anecdotario literario para las obras robadas, je,je.
Un fuerte abrazo.
Gracias, Josep. Pues quién sabe si el caso de Damonte con el que empieza la entrada tuviera algún desenlace similar y un taxista se haya apuntado el tanto de la novela que encontró en el asiento trasero.
EliminarDesde luego que no se me ocurre nada peor como escribiente que perder la única copia de tu manuscrito, así que mejor nos rodeemos de decenas de pendrives y discos duros para ir guardando copias y más copias, ja, ja, ja... Un abrazo!
Hola.
ResponderEliminarQué entrada tan interesante, me ha gustado muchísimo.
Yo hace un par de años corregí mi novela entera porque la editorial que me la publicó dejó algún fallito y a mí esas cosas me dan mchha rabia. Quería publicarla en Amazon. Cuando ya estaba casi casi lista algo pasó en mi ordenador y desapareció. Y la copia. Mi marido trabajó en temas de informática años y no fue capaz de recuperarlo. El disco duro se dañó en esa parte y fue imposible. Desde entonces hago copia en pen drive, en la nube y de vez en cuando me lo envío a mí misma por email. Es imposible que me vuelva a ocurrir.
Feliz domingo y mil gracias por esta entrada tan instructiva e interesante, se ve que hay mucho trabajo detrás.
Gracias, Gemma. ¡Vaya faena! Pero veo que esto que comentamos en la entrada ha tenido varios ejemplos reales según los comentarios. Desde luego que es bueno ser precavido, aunque nunca subestimemos el infortunio, ja, ja, ja... En mi caso me pasó más de una vez, cuando escribo estoy tan concentrado en el texto que se me olvida dar al guardar de tanto en tanto y luego pasa lo que pasa. Un abrazo!
EliminarMe ha encantado esta entrada, David.
ResponderEliminarPreguntas en la entrada sobre la legitimidad de publicar tras la muerte una obra que el autor no quiso publicar en vida o sobre la intromisión en la creatividad del autor cuando se completan obras que nunca terminó. Mmmmmm Desde luego, nos hubiéramos perdido muchas obras maestras de la literatura y, las obras maestras de la literatura son Patrimonio de todos, así que a mí no me cabe duda. En todo caso, el autor debió deshacerse de ellas cuando pudo y, si no lo hizo... Además, Un autor siempre escribe para ser leído ¿No crees?
¡Un abrazo!
Gracias, Macarena. Coincido contigo, además, así entre nosotros, nunca sabremos cuánto hay de verdad en estas anécdotas y cuánto de exageración para dar más bombo a la publicación. El caso de Kafka me parece muy rara avis, otra cosa son aquellos casos en los que el autor se murió en mitad de la escritura de la novela. ¿Qué dirían si, como sucedió con Chandler, sus herederos decidieran que otro escritor la terminara? Ahí sí creo que la cuestión es menos ética para el escritor, aunque en el fondo se beneficien sus herederos. Un abrazo!
EliminarMuchas gracias por traernos estas curiosidades, de las cuales alguna conocía pero otras no sabía absolutamente nada.
ResponderEliminarY es que los despistes, las disputas conyugales o que la luz se vaya justo cuando estas escribiendo y por no guardar copia se te vaya todo al garete uf que malas pasadas.
Gracias como siempre por tu gran trabajo y aunque ahora la ventas me tienen loca, pero loca y alguna tema mas de indole personal que también me ha tenido preocupada algunos días, me he podido asomar a tu blog, pero no os olvido.
Un abrazo.
Gracias, Tere. Espero que ese tema personal ya se haya solucionado. La verdad es que hasta que un libro no está publicado su destino no está exento de vicisitudes que puedan mandarlo al limbo. Un abrazo!
EliminarTus entradas siempre siempre son interesantes, David. Esta en concreto, aunque no seamos escritores consagrados, creo que nos afecta algo. ¿A quién no le ha ocurrido que se le haya ido al traste algo que estaba escribiendo por no guardarlo, perderlo o por cualquier otro factor? Con los años he aprendido a tener más cuidado.
ResponderEliminarSe me ha escapado una sonrisa con el titular de "La fea costumbre de morirse antes de publicar"
Gracias David, por compartir.
Un cariñoso abrazo.
Gracias, Isabel. Ja, ja, ja... Esa frase se me ocurrió sobre la marcha, recordando una que también comenzaba con ese la fea costumbre. Pues a mí me pasó justamente con nuestra última antología. Durante todo un día estuve maquetando relatos, revisando líneas viudas, espaciados, etc... y de repente se me terminó la batería del portátil. Plaf! Cuando volví al archivo todo lo de ese día estaba borrado... En fin, también es verdad es que el cabreo me ayudó al día siguiente para repetir la tarea un poquito más rápida. Un abrazo!!
EliminarArtículo interesante del cual desconocía la mayor parte de los datos que has descubierto en tu investigación, David. Muchos de ellos sorprendentes por los matices que afectan a la obra comprometida.
ResponderEliminarMientras leía tu entrada no dejé de lamentar la influencia (muy pocas veces positiva y casi siempre negativa) que tiene la censura de toda índole (sea ajena o propia debido a la presión del entorno) como responsable de que algunas obras nunca se lleguen a escribir o incluso que algunos escritores se rindan en su lucha por “sobrevivir”.
Me ha parecido una excelente aportación. Un abrazo.
Gracias, Carles. Desde luego hay muchos imponderables, aunque sin duda el peor de todos es lo que comentas respecto a la censura algo que hoy día ha pasado de ser institucional a ser social. O más concretamente a los grupitos de campañitas varias que pululan en las redes sociales para, al parecer, amargura de unos pocos y aplauso fácil de unos muchos. Un abrazo!
EliminarEstupenda publicación donde nos ofreces un buen número de escritores y obras que en su mayoría desgraciadamente se perdieron y algunas milagrosamente fueron rescatadas para la posteridad.
ResponderEliminarTe anoto algunos escritores que no fueron capaces de aceptar las críticas o simplemente les dio la locura de destruir sus obras.
Nathaniel Hawthorne recibió muy poco reconocimiento por parte del público, por lo que intentó destruir toda las copias de su novela gótica Fanshawe 1828, cuya publicación había financiado él mismo.
Juan Ramón Jiménez, que se arrepintió de sus primeros libros modernistas, Almas de violeta y Ninfeas, y trató de robarlos de las bibliotecas de todos los que los habían adquirido.
Thomas Hardy destruyó su primera novela, El pobre y la dama, después de que fuera rechazado por tres editoriales.
James Joyce. Cuando tenía dieciocho años, el que para muchos es el mejor autor del siglo XX escribió un drama en cuatro actos titulado Una brillante carrera, un titulo que casi preludiaba lo que le tenía deparado el destino. William Archer, dramaturgo y crítico teatral escocés, le dijo que era demasiado difícil de seguir, así que Joyce la acabó destruyendo.
Francisco Ayala también destruyó sus primeros poemas, junto con sus pinturas, porque consideraba que no estaban a la altura.
Bueno, espero que mi humilde aporte también resulte interesante.
Un fuerte abrazo.
Gracias, Estrella. Jo, ¡humilde aporte dices! ¡Si con tu comentario tengo material de sobra para un En busca del manuscrito perdido 2! Te agradezco muchísimo estos datos que incluyen a un autor, Hawthorne, que lo conocí cuando preparaba una serie dedicada a los orígenes del género policiaco en la época victoriana. Lo vi referenciado en muchos textos y desde entonces lo tengo apuntado para leerlo.
EliminarEs curioso pero el bueno de Joyce no sé cómo llegó a publicar algo, ja, ja, ja... ¡menudas críticas recibía de sus editores! Un fortísimo abrazo y mi agradecimiento por tu comentario que enriquece la entrada.
Pues si hubieran sabido de la repercusión que tuvieron las obras años después habrían tenido más cuidado. Aunque claro, ahora en la era digital todo es más fácil, no tienes que cargar con maletas de papeles, incluso un pen drice comienza a ser un estorvo. No me puedo ni imaginar cómo sería en aquella época. Al igual que escribir, y reescribir, y corregir... todo sobre fajos de papeles interminables, ¡vaya locura! Aún veo pocos deslices y pérdidas jaja.
ResponderEliminarMuy interesante y documentada entrada. Creo que ya te lo he dicho, pero con estas entradas nos acercas al genio, en la de hoy lo has convertido en un mortal despistado.
Muy interesante.
Un abrazo, David.
Gracias, Pepe. Desde luego que no es lo mismo ir con tu pendrive que con el maletín cargado con tus manuscritos. No lo incluí, pero cuando hicimos la edición dedicada a Lo que el viento se llevó me resultó asombroso que Margaret Mitchell utilizara el manuscrito original para ajustar la pata de un sofá que al parece se había desequilibrado. Y allí se hubiera quedado de no ser por la visita de un editor cazatalentos, otra cosa hoy inimaginable. ¡Ay! Te aseguro que cada vez hecho más de menos las épocas predigitales. Un abrazo!
EliminarHola, David, qué interesante recopilatorio de libros perdidos, no publicados, quemados y hasta inexistentes. La verdad es que antes lo tenían más difícil los escritores con sus manuscritos porque en verdad que en nuestro tiempo puede uno tener varias copias o respaldos aunque creo que aun así pasan cosas. Muy agradable lectura y además muchas de estas historias, en mi caso, las desconocía. Así que te agradezco esta entrada, me ha parecido muy buena. Saludos.
ResponderEliminarGracias, Ana. Como dices, hoy tenemos un montón de aparatejos virtuales en los que guardar nuestras cosas, pero me temo que no estamos exentos de desgracias, ja, ja, ja... Ni te cuento la de veces que he tenido que volver a escribir o preparar algo por mi mala cabeza a la hora de ir guardando conforme escribo. Por no hablar de archivos que desaparecen, se desformatean... Me alegra que te haya gustado este popurri de curiosidades. Un abrazo!
EliminarDavid, estoy más que alegre de haberte descubierto esta madrugada. Tan interesante como la entrada son todos y cada uno de los comentarios aquí escritos, que me han dado un baño de detalles que yo no conocía, y un apetito por seguir leyendo lo que escribes.
ResponderEliminarGracias!
Gracias, Maty. Pues ¡bienvenida al blog! Me alegra que te haya gustado la entrada y el resto de contenidos. Saludos!
EliminarYo no sé para qué fui al colegio si contigo aprendo más, ja, ja, ja. Madre mía, sabes de todo. Muy buena entrada. Como siempre aprendo contigo, porque como vivo en Narnia, nunca me entero de nada. Gracias por esta espectacular entrada.
ResponderEliminarGracias, RR. Te aseguro que yo aprendo también sobre la marcha. Tengo más curiosidad que conocimiento y el blog me ofrece la oportunidad de investigar cosas como las que recopilo en la entrada. Así que te aseguro que aprendo a la par. Un fuerte abrazo!
EliminarLo de guardar copias hasta debajo del sofá lo aprendí cuando escribí la tesis doctoral; tenía pesadillas en las que perdía el único ejemplar de lo escrito y me levantaba con taquicardias. Llegué a tener más de cinco pendrives guardados además de la copia en la nube (el lugar más seguro para tener copias según los informáticos), solo me faltó pasarle otro pen al vecino de abajo.
ResponderEliminarAntes de la informática supongo que esos "incidentes" que nos cuentas estaban a la orden del día. En los años ochenta, cuando hacía la tesina, a mí me pasó algo parecido a lo de Damonte: me dejé un cuaderno con los resultados de todos los experimentos en un bar de Alcalá de Henares tras irme de cañas con los compañeros. Cuando me di cuenta, creí que me infartaba, menos mal que volví sobre mis pasos y en el cuarto garito lo encontré. Nunca volví a irme de juerga con el trabajo encima.
Respecto a respetar la voluntad de un escritor cuando decide no publicar o destruir su obra, mal que nos pese, creo que hay que hacerlo. Es cierto que se habrían perdido muchas cosas estupendas, pero el autor es dueño de lo que escribe y de lo que hace con ello. En el caso de Kafka, además, a mí me habrían ahorrado unas cuantas migrañas cuando leí El castillo (siguiendo con los tostones... estoy de acuerdo con la Wolf y su opinión sobre el Ulises).
Otra joya para guardar este artículo tuyo, David. He disfrutado y aprendido mucho leyéndote.
Gracias!!!
Un abrazo!
Gracias, Paloma. Es fantástico, en el buen sentido, comprobar que muchas de las situaciones que hemos comentado en la entrada tienen su contrapunto real. Desde luego que aprendiste hace tiempo que por mucho que lo queramos, jamás hemos de ir con nuestro manuscrito original de fiesta, je, je, je... Lo del autor, puff, cabe pensar que al menos hubiera querido que sus herederos ganaran algo de dinero. De esos ejemplos, el que más repelús me dio fue el de Chandler. No puedo imaginar lo que debe ser terminar la obra que quedó inacabada en vida de uno de los más grandes y, seguramente, de los más admirados por el autor que recibiera el encargo. Un fuerte abrazo!
EliminarInteresante todo lo que nos cuentas en este caso.
ResponderEliminarPerder documentos y en este caso un libro ya escrito y sin guardar copia es desesperante. Yo tengo la sana costumbre de guardar en un pendrive documentos que tengo por importantes , lo malo es que a veces no se donde puse el dichoso pendrive y viene a ser lo mismo de desesperante.
Gracias por todo esta informacion.
Un abrazo
Puri
Gracias, Puri. Ja, ja, ja... Y es que por muy precavidos que seamos siempre existe el riesgo de que perdamos todo lo que no esté pegado a nuestro cuerpo, y a veces hasta perdemos la cabeza. Un abrazo!
EliminarHola, David.
ResponderEliminarTe tiene que dar un sincope si pierdes un manuscrito de la forma más tonta posible, la verdad que es casi como un crimen a uno mismo, y la pérdida instantánea de años de vida. Algo así como vejez prematura, :O Muy interesante lo que nos explicas, me sorprende sobre todo el caso de Robert L. Stevenson, que no se comprenda un escrito no debe llevar este a la censura. Increíble.
Excelente entrada, David.
Un abrazo.
Gracias, Irene. Pues la verdad es que no me puedo imaginar esa situación, ja, ja, ja... Bueno, con algún escrito si me ha pasado, pero tras la pataleta solo es cuestión de ponerse de nuevo y normalmente el resultado suele ser mejor dado que ya tienes estructurado el texto en la cabeza y la redacción sale más fluida. Fue curioso ese caso de Stevenson y más viniendo de su propia esposa. Seguro que esa noche se acostó con cara de Mr. Hyde. Un abrazo!
EliminarGenial entrada siempre da miedo publicar por eso prefiero escribir y luego decidir que hacer con mi obra. Te mando un beso
ResponderEliminarEnamorada de las letras
Gracias, JP Alexander. Hoy tenemos más posibilidades de guardar copias en varios formatos, pero aún así imagínate que se nos va la luz sin haber guardado el texto. Me alegra que te haya gustado. Un abrazo
EliminarHola, David
ResponderEliminarNo sabes cuanto disfruto leer de estas entradas, por medio de ellas descubro tantas cosas interesantes que desconocía. Por ejemplo el caso de Kafka, yo creo que no fue ético, debieron respetar la voluntad del muerto por encima de la de los vivos. ¡Gracias por el estupendo artículo!
Un abrazo!
Gracias, Yessy. Desde luego es una cuestión complicada la generó la actitud de Kafka, al final pasó lo que pasó y nunca sabremos si lo dijo con la boca pequeña. También creo que es algo muy excepcional, no sé cuántos más habrán querido que su obra se quemara tras su muerte. Un abrazo!
EliminarHola a todos. Excelente entrada con argumentos muy propicios y de gran trascendencia. Considero que ningún escritor, debe sentirse mal, porque no guste su obra. Yo particularmente escribo lo que me inspira y por supuesto eso me hace feliz a mi y si a otros les gusta, bien por ello. Jajajaja. Pero, soy mi más autocrítica y me gusta mucho leer a otros para aprender
ResponderEliminarGracias, Raquel. Con lo que cuesta escribir, desde luego que perderlo es una tragedia, ja, ja, ja... Por supuesto, que lo importante es escribir y mejorar día a día. Siempre digo que el peor de nuestros relatos es aquel que no hemos escrito. Un abrazo!
EliminarGracias a ti David, eres la pluma mágica de este Tintero de Oro. Abrazos virtuales a toda España
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