Concurso de relatos 46ª Ed. Momo de Michael Ende.

¡Me persiguen los hombres grises! ¡Quieren robarme el tiempo! ¡No quieren que pierda el tiempo escribiendo! ¡Ayuda, por favor! ¡ Hola, Tinteros , así estamos! Con los hombres grises pisándome los talones y con el tiempo justo para organizar este concurso…, ¿he dicho tiempo justo? ¡Ay, madre, creo que ya me han alcanzado! Espero que podáis perdonarme si recurro a wikipedia para asesorarme o a cualquier otro tipo de web, iba a entrevistarme, personalmente, con Michael Ende, pero expiró su tiempo, así que tendré que recurrir a los que antes pudieron conocerlo… Michael Ende no solo es el escritor de La historia interminable y otros títulos igual de exitosos, también escribió Momo , un libro en apariencia infantil pero cuyo argumento, personajes, temática y críticas, lo convierten en una historia más para la edad adulta que para el público infantil. Y hoy es Momo el que ocupa este espacio en el Tintero de oro. EL AUTOR Michael Andreas Helmuth Ende (Garmisch-Partenkirchen, Alemania, 12 de...

El gato de Cheshire

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   Los pocos que se quedaron permanecieron en silencio, observando cómo los que se marcharon se colocaban en fila para introducirse después, uno a uno, en la madriguera. Después, se volvieron hacia las cestas de comida.

   —¿Recordáis cuando fuimos a aquella granja animal? —comenzó a hablar uno—. Nos dijeron: ¡es un lugar genial!, son los propios animales quienes organizan su funcionamiento. ¿Qué mal podríamos sufrir?

   —Y luego nos encontramos en mitad de una guerra civil —apuntó otro mientras cogía un bocadillo de queso—. Y ¿qué me decís la gala que celebramos en las instalaciones de la NASA y de repente aparecemos en Marte? Solo cuando estuvimos en Tara pudimos celebrarla con tranquilidad.

   —¿Tranquilidad? —intercedió quien buscaba uno de chorizo—. No sé yo si prefiero encontrarme con el demonio a estar en medio de una discusión de pareja… ¡Ah, estás aquí! —exclamó al encontrarlo. Tras dar un bocado añadió—: ¿Escarlata y Rhett se habrán reconciliado ya?

   Un cuarto participante mencionó la gala que se celebró en un tren, donde conocieron a unos tipos realmente extraños y a aquella anciana de nombre Patricia. ¿Habría logrado escribir su novela? Tras ello, el silencio regresó a la ribera del Támesis.

   De tanto en tanto se volvían hacia la madriguera, ¿dónde estarían sus compañeros? ¿Qué les habría pasado? Aunque no lo reconocían, en esas preguntas había más remordimiento que preocupación. Terminados los bocadillos acordaron abrir el sobre dorado.

   Y entonces fue cuando lo vieron.



   La redondez que se formó en sus bocas no se originó al observar a un gato jugueteando con el sobre, tampoco a que el mismo sonriera mostrando una dentadura imposible. Lo que convirtió sus bocas en una O mayúscula fue que el gato ¡hablaba!

  —El problema de contar con varias opciones es que entonces tienes que decidir —dijo el felino mientras pasaba sus largas uñas por el dorado sobre—. Cuando no tienes ninguna todo es más fácil.

   La boca de los participantes recuperaba su forma natural cuando observaron que el cuerpo del gato desaparecía dejando visible solo la cabeza. Este hecho formó una O aún más mayúscula que la anterior.

   —¿¡Tu cuerpo ha desaparecido?! —acertó a decir uno de ellos.

  —¡Ah! ¡Qué inconveniente! —dijo el gato sin dejar de sonreír—. Es una peculiaridad que siempre me ha hecho preguntarme si existo porque me ven o me ven porque existo. Hace años tuve una conversación parecida con un físico cuántico de nombre indescifrable.

   Dicho lo cual, el gato, o lo que quedaba de él, desapareció por completo.

   Sobre dorado incluido.

   —¡Oh! Ese gato se llevó el sobre con los resultados de las votaciones —advirtió la evidencia uno.

   —Si es que ni una… ¡Ni una gala podemos pasarla tranquilos! —se desesperó otro.

   —Habrá que buscarlo, ¿no? —señaló un tercero más práctico.

   Primero otearon los alrededores, las ramas de los árboles, la ribera del río, hasta que alguien advirtió que un gato que aparecía y desaparecía podría esconderse en cualquier parte. Entonces miraron dentro de las cestas de comida, bajo el mantel y hasta en sus bolsillos. Pasados unos minutos, dirigieron la mirada al único lugar donde no habían buscado: la madriguera por la que entraron el conejo blanco y el resto de compañeros.

   —¡Ay, no! —dijo uno.

   —Es el único lugar que nos queda —apuntó el que siempre señalaba lo evidente.

  Unos con curiosidad y los otros a regañadientes marcharon a esa entrada al mundo subterráneo. Como el agujero ya había sido agrandado por los anteriores participantes, no tuvieron que ordenarse demasiado para entrar uno a uno. Tras unos metros a rastras, llegaron a unos amplios pasillos que estaban iluminados pese a no distinguirse ninguna fuente de luz.

    Finalmente, llegaron a un vestíbulo con dos puertas y varios pasillos.

   —¡Mirad! ¡Allí está! —señaló uno dirigiendo su dedo hacia una minúscula puerta bajo la que se encontraba el gato sonriente con el sobre dorado.

   —¡Y allí también! —dijo otro dirigiendo el mismo dedo, aunque en este caso de su propia mano, hacia una enorme y robusta puerta bajo la que se encontraba el mismo gato, la misma sonrisa y el mismo sobre dorado.

   «¿Hacia cuál vamos?»

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